martes, 22 de mayo de 2018

La tisis, la enfermedad romántica del siglo XIX



Detalle de  la Muerte de don Alfonso XII (El último beso), Óleo de Juan Antonio Benlliure, 1887.
El monarca español falleció de tuberculosis el 25 de noviembre de 1885, a la edad de 27 años

Tisis, peste blanca, mal de vivir, consunción, mal del siglo, mal del rey, príncipe de la muerte o enfermedad de los artistas son algunos de los nombres que ha recibido a lo largo de la historia la tuberculosis, enfermedad bacteriana contagiosa y altamente mortal en tiempo pretérito.

En el siglo XIX, donde aún no se conocían bien las causas que provocaban la tuberculosis, tenía una aureola de enfermedad romántica. En una época donde la belleza la encarnaba la palidez extrema, los tísicos, de aspecto casi fantasmagórico en estados avanzados, tenían aquella hermosura ideal, melancólica e incluso interpretada como de protesta de lo mundano, de abandono, de desencanto con el mundo real donde la sociedad burguesa no había sido capaz de consumar plenamente su revolución.

Mitificada la tisis, se llegó a considerar un mal hereditario que afectaba esencialmente a la clase pudiente y, sobre todo, a la población joven, siendo más propensa a padecerla, según estimaban los médicos de entonces, personas de carácter apasionado y reprimido. Reyes, aristócratas, escritores, poetas, pintores y demás artistas sucumbieron a esta imparable enfermedad que llegó a ser la principal causa de muerte en la Europa de su tiempo. Incluso era creencia popular que la tuberculosis provocaba arrebatos de creatividad suprema, más intensos conforme el estado del enfermo era más grave, llegando a ser el artista tuberculoso envidiado por sus compañeros de profesión.

El tísico se apagaba lentamente en una desaparición enigmática y dolorosa, cuyo proceso de deterioro se idealizó de una manera romántica, pues el pelo, decían, se volvía sedoso, la piel más fina, los ojos más brillantes y profundos, y todo ello sobre una palidez extrema que llegó a encarnar el canon de belleza femenina en la época victoriana. La artista ucraniana María Bashkirtseff, que falleció de tuberculosis a los 25 años en 1884, llegó a afirmar en su Diario: "Mi cara ha cambiado y estoy mucho más bonita, la piel estirada, fresca, aterciopelada, los ojos despiertos y brillantes. En fin, es una cosa singular… Toso continuamente, pero la maravilla es que en el lugar de que yo me afee, me da un aire lánguido que me sienta de maravilla."

En la familia Berruezo hubo miembros que sucumbieron bajo la guadaña del príncipe de la muerte, entre ellos doña Victoria Berruezo Abad, que falleció en Madrid en 1880 a los 28 años; don Gabriel Berruezo Haro, político y Secretario de Sanidad en Garrucha, muerto a la edad de 25 años en 1888; don José Segura Berruezo, Administrador de Rentas en Garrucha, fallecido también en 1888 a los 46 años; o figuras tan relevantes de la vida garruchera como el destacado político D. José López López, que murió víctima de la tuberculosis en 1914 a los 47 años.

Los avances médicos permitieron una mejor comprensión de la tisis; el descubrimiento de su carácter contagioso y del agente infeccioso que lo provocaba en 1882, terminó en poco tiempo con el aura místico de esta enfermedad legendaria que realmente afectaba por igual a todas las clases sociales, aunque con mayor incidencia en los pobres dada las condiciones de hacinamiento e insalubridad en que vivían. Los tuberculosos comenzaron a despertar recelo entre la población, ante el temor del contagio, siendo aislados o internados en centros hospitalarios dedicados en exclusiva al tratamiento de esta enfermedad. A mediados del siglo XX se desarrollaron los primeros antibióticos capaces de curar este hasta entonces fatídico mal.


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