martes, 26 de mayo de 2015

Garrucha ante la Guerra de Cuba de 1898


Vista panorámica de Garrucha. Hacia 1900. Fotógrafo: F. de Blain
(http://www.portalmanzora.es/a/modules.php?name=coppermine&file=displayimagepopup&pid=6217&fullsize=1)

El año 1898 fue un punto de inflexión en la Historia de España; la irremediable Guerra con los Estados Unidos de América ante las mentiras, imposiciones e injerencias estadounidenses sobre Cuba Española hizo que se pasara de un entusiasmo y alegría bélica colectiva por la creencia de una fácil victoria militar española promovida por la prensa de la época, a una melancolía y pesimismo nacional por la dolorosa derrota y pérdida de los últimos reductos (Filipinas, Cuba, Puerto Rico, Guam y otras islas menores del Océano Pacífico) del antaño poderoso Imperio Español de ultramar. 

A continuación se transcriben tres artículos de la prensa local relativo a lo comentado:

¡Garrucheros! España, nuestra heroica y sufrida España, que, abdicando en aras de la paz, de sus tradiciones guerreras y de su carácter impetuoso, ha venido dando tantas pruebas de mesura y prudencia, se levanta hoy potente y majestuosa para contestar de una manera digna y honrada, al reto vergonzoso e imposiciones humillantes que, creyéndola abatida, osaron lanzarle los miserables yankees.

Desamparada la pobre Patria por las continuas y largas guerras civiles que sostuvo, vuelve hoy los ojos a todos sus hijos, demandándoles el apoyo que necesita para luchar con la poderosa nación que la provoca. ¿Quién, que sienta correr por sus venas la ardiente sangre española, podrá hacerse sordo a aquel llamamiento? ¿Quién, que haya nacido en esta hidalga tierra, dejará de acudir en auxilio de la madre común, maltratada y herida por aquellos mismos que nos deben cuánto son y cuánto valen?

La juventud de Garrucha, en reunión que celebró anoche, convocada por la Comisión compuesta de los jóvenes Cristino Sánchez Moreno, Enrique Fernández Latorre, Francisco Flores Orozco y Pedro Flores Carrillo, acordó realizar a las 4 de la tarde de hoy una manifestación patriótica, a la cual convoca a todos los hijos de este pueblo.

También se acordó abrir una suscripción pública para contribuir en la medida de nuestras fuerzas, a la iniciada en Madrid para la construcción del Buque de guerra España.

D. Miguel Sáez Rodríguez
Alcalde de Garrucha en 1898
Fue dependiente de la Casa Berruezo
(Fotografía extraída del libro Memoria Histórica,
 fotográfica y documental de Garrucha.
Vol. II (1861-1936))
Cuantos quieran prestar su concurso a tan patriótica idea, podrán depositar su óbolo en casa de nuestro digno Alcalde D. Miguel Sáez Rodríguez.

Acudamos todos a prestar a la Patria querida la cooperación que nos exige: démosle hoy el auxilio material que necesita, como ya le dieron algunos de nuestro convecinos su sangre generosa.

Hoy nuestros intereses, mañana las vidas, ocupando el puesto de honor que se nos señale en la pelea.

¡Garrucheros! La nación nos llama: vamos unánimes en su auxilio, y demostremos una vez más al mundo hasta dónde raya nuestro entusiasmo y patriotismo.

La ruina, la miseria y la muerte, antes que vernos hollados por esos mercenarios, que pretenden manchar las brillantes y hermosas páginas de nuestra Historia.

¡Garrucheros! ¡Viva España! ¡Viva el Ejército! ¡Viva la Marina! ¡Viva Cuba Española!

(El Obrero, Garrucha, 8 de abril de 1898)

Soldados Españoles en la Guerra de Cuba en 1898

A LA GUERRA
Cuba, la más preciada joya de las colonias españolas, cuantas desventuras, cuantas lágrimas, cuanta sangre cuesta, a aquella noble España que por inspiración de sus católicos Reyes la arrancara del oscurantismo, presentándola a la faz del mundo civilizado y culto haciéndole llegar con los impulsos de su ilustración a constituirse en fuente de inagotable riqueza.

Con cuanta frecuencia su defensa, su conservación nos ofrece tristísimos espectáculos, presenciando escenas conmovedoras, al oír los dolorosos quejidos, los ayes lastimeros de las innumerables madres que amargamente lloran la heroica muerte de sus queridos hijos en la ingrata manigua. Otras, más afortunadas, se amontonan en los andenes de las estaciones ferroviarias, esperando con indescriptible ansia, la llegada previamente anunciada de los hijos queridos, que reclamados por la defensa de su patria, fueron al ingrato suelo americano, a ser víctimas, si no de las balas, de las inclemencias de aquel mortífero clima. Y vuelven, sí, pero no sin haber allí dejado su salud, su vigor y su juventud; vuelven, pero con el tiempo preciso a poder recibir, de aquella madre amantísima, el último abrazo, a ahogar junto a su pecho, sus últimas lamentaciones, a exhalar sobre su corazón el último respiro.

Cuan ajeno estaría el inmortal Colón de que el descubrimiento que le llenó de inmarcesible gloria, el rico continente con que dotará a la invencible España, se había de convertir en espaciosa tumba de la bizarra juventud española, torpemente sacrificada, en lucha desigual, por tenerse que batir con patrullas de bandidos, que incapaces de pelear con la hidalguía legendaria de España, dejan sólo que las enfermedades diezmen nuestras tropas, muriendo nuestro bizarros soldados a millares en hospitales, extenuados por anemia o por la intensidad de las malignas fiebres.

Todos conocemos las verdaderas causas de nuestra triste situación, todos sabemos de dónde emanan y proceden los recursos con que nos combaten los mambises; al alcance de todo español está que tras de esas hordas hambrientas que roban la tranquilidad a la más noble de las naciones europeas, que tras de esos miserables, y andrajosos que reniegan de la madre que le dio el ser, se oculta algo más miserable aún, más repugnante en el fondo, que la horrible apariencia de esos infame insurrectos.

Error grande, desengaño funesto, han de sufrir los necios que crean que los bravos leones españoles duermen el sueño de la eternidad, pues ya en ellos se notan sacudidas de coraje mal reprimidas por nuestros diplomáticos. Tiempo es ya de que rujan con fiereza, y que ese rugido repercuta en los ámbitos de España cual sonara el clarín en llamamiento de los hijos a quien ultrajan la honra sin mancilla de su virtuosa madre.

Buques españoles y norteamericanos combatiendo
Tiempo es ya de que nuestros gobernantes comprendan, que esa heroica juventud que sucumbe en Cuba a las intemperancias del clima, lucharía con más gusto en los campos de la Florida, en el bombardeo de Nueva York, expulsando de sus puestos a los indignos mercaderes y fustigando con la bandera Española, cual bandada de miserables gallinas, a los fanfarrones gansos del Capitolio.

¿Qué consideraciones nos pueden contener? ¿Qué son muchos? Pues aún no son bastantes a saciar el coraje y la ira reconcentrada en los corazones españoles por su indigno proceder.

¿Qué son ricos? Pues con todo su dinero no podrán adquirir la destreza del último de nuestros marinos ni el valor de un soldado español.

Y que ricos y muy ricos necesitan ser, para que en un momento determinado, puedan hacer frente a la enorme indemnización a que les habíamos de someter por los perjuicios que infamemente y a traición nos están irrogando.

La grave situación que atravesamos nos coloca en el siguiente dilema.

Renunciar a Cuba, lo cual sería estampar una hoja negra en la brillantísima historia de nuestra gloriosa España, o extirpar con energía los gérmenes insanos de los enemigos de esta.

Seguro estoy de que no existe ni un solo español a quien ofrezca duda la elección, que antes de que aparezca en nuestra bandera una mancha tan vergonzosa no prefiera sucumbir, hiriendo, matando, ahogando al insensato que se atreva a ultrajar la memoria de la patria de los héroes.

Miguel García.

(El Minero de Almagrera, Cuevas del Almanzora, 20 de marzo de 1898)   

EL DESASTRE 

Ya hemos llegado; ya han pronunciado gobernantes y políticos, políticos y gobernantes, el tristísimo Consumatum est. Sí, ya han terminado su obra de luengos años de destrucción, de ruinas, de vergüenzas; ya llegó el desastre, ¡Caiga sobre sus autores la maldición de la historia y del pueblo!

De un imperio colonial en que no se ponía jamás el sol, ¿qué queda? El recuerdo de haberlo tenido y la vergüenza de haberlo perdido.

De un pueblo que miraba de frente al más grande, que luchó y venció con el más fuerte, que dio leyes a un mundo y no las toleró de nadie, ¿qué ha quedado? Un pedazo de tierra, unos cuantos millones de explotados y un puñado de explotadores. Antes no se ponía el sol en nuestros dominios; ahora… ¡apenas queda sitio para tomarlo!

Teníamos por símbolo el león, pero, viejo, extenuado, castigado por todas partes las desdichas, ofendido por todos los ultrajes, ha muerto de la rabia de su impotencia. Toda una historia de glorias y conquistas se ha borrado, para nosotros acabó la era de los pueblos grandes; empieza la de los pueblos pobres. Ha muerto el león, pensemos en la abeja.

El embajador de Francia en Washington y representante de España, Jules Cambon, firmando la ratificación
 del Tratado de París de 10 de diciembre de 1898, Acuerdo de Paz que puso fin a la Guerra de España con los EE.UU.

Pródigos de sangre y oro, hemos derrochado una y otro. Sangre, nos queda poca; oro, nos queda menos… Aún nos queda en las entrañas de esta tierra, hierro, mucho hierro, que, aleccionados por las duras enseñanzas, hemos de transformar en arados para el campo, en máquinas para la industria, en rieles y locomotoras para los caminos.

Si, transformando ese hierro en las armas de la vida del trabajo, veamos si aún nos queda esfuerzo para conquistar el oro que perdimos, para regenerar la sangre empobrecida; que cuando hayamos conseguido esto, ya pensaremos en cañones y fusiles, en sables y navíos.

Un Estado, cuando ha caído en la pobreza, no debe pensar el azar otra espada que la de la justicia, y esperar a ser rico para alzar la de la fuerza.

¡El desastre, sí, el desastre! Pensemos en él todos los días y a todas horas; no olvidemos que hemos de apiñarnos algo para caber en nuestra casa, que hemos de trabajar mucho para que la tierra nos sustente, que hemos de ganar mucho para pagar lo que debemos y ahorrar lo que podamos.

¡El desastre!¡El desastre! Para aspirar a la revancha, se necesita oro; trabajemos para ganarlo. ¿Cómo? Arrancándolo de las entrañas de la tierra. Se necesita fuerza y uniéndonos hemos de encontrarla. Precisan sacrificios; no dejamos que los hagan estériles los ineptos o imprevisores. Se necesitan gobiernos honrados; pues no llevemos al poder a los que no lo sean.

El desastre ha llegado por la política; empecemos por ella la regeneración.

La abeja empieza su labor; callen para siempre las cigarras, que no tenemos tiempo para escucharlas.

(El Minero de Almagrera, Cuevas del Almanzora, 12 de agosto de 1898)

Como curiosidad cabe mencionar que en 1900 llegó a Garrucha un buque mercante a cargar mineral. No sería nada fuera de lo común en una época de gran actividad comercial y minera para el municipio si no fuera porque era el vapor "Cheribon". El navío que condujo a los primeros repatriados de Cuba a España tras las derrota, entre ellos al Teniente General D. José Toral y Velázquez, último gobernador militar de Cuba. El General Toral fue la persona encargada de rendir la ciudad de Santiago de Cuba a los estadounidenses el 16 de julio de 1898.

Nota de El Eco de Levante (Garrucha, 8/3/1900)

Buque Cheribon

Crucero acorazado Vizcaya. Hacia 1883.
Entre los españoles que perecieron en la Guerra de Cuba de 1898 hay uno en particular que fue muy sentido en Garrucha. Se trataba del joven Guardia Marina D. Enrique Chereguini y Buitrago, que falleció en la batalla naval de Santiago de Cuba el 3 de julio de 1898 defendiendo heroicamente su posición en la cámara de torpedos del Acorazado Vizcaya. Su muerte fue acogida con mucho pesar en Garrucha, ya que era cuñado de D. José Cordero y Bueno, Director del periódico local El Eco de Levante. Con ocasión del tercer aniversario de su fallecimiento, este periódico recordó dicha batalla naval y transcribió la emotiva carta que mandó el capellán militar, que atendió en los últimos momentos al joven D. Enrique, al padre del muchacho, el Capitán de Navío y Comandante de Marina de la provincia de Almería, D. Enrique Chereguini y Patero. Misiva que se transcribe a continuación:

Sr. D. Enrique Chereguini.
Muy apreciado y distinguido señor: Desde el 3 de Julio tengo una deuda y promesa hecha a un héroe y a un santo que hasta hoy no me ha sido dable pagar ni cumplir, bien a pesar mío.
Capellán del buque que se llamó acorazado Vizcaya, asistí en sus últimos momentos a su inapreciable y magnánimo hijo Enrique, que si como militar modelo acabado de heroísmo y bravura, como cristiano dio hermosas pruebas de ferviente piedad y fe; su fortaleza y serenidad le colocaron a la cabeza de los más esforzados que, en ese día, de tristísima recordación, dieron su sangre por su patria; su fervor y confianza en su Dios, su devoción y recogimiento al confesar y recibir el Sto. Sacramento de la Extrema unción le habrán colocado sin duda alguna en la gloria en el número de aquellos, que como el Salvador, fueron tan caritativos que no vacilaron en dar su vida por sus semejantes; sí, distinguido y amado señor, en medio de su dolor tenga V. el consuelo y la seguridad de que su excelente hijo es feliz en el Señor.
Difícil describir lo sucedido en aquellos terribles momentos; más de una hora estuve al lado de su inmejorable hijo, pues su resignación y fervor eran la mejor exhortación que podía hacer a sus compañeros de sufrimiento. En ese tiempo, a pesar de sus tremendas heridas, ni decayó su espíritu, ni se le oyó lamentar; sólo le preocupó el conocer repetidas veces si Dios aceptaría su vida en satisfacción de sus faltas, y si yo cuando volviese a España diría a V. había cumplido con su deber, y si le haría sabedor de que sus últimos pensamientos habían sido para Dios, para Vds. y para su Patria.
Lamento sea tan penoso el motivo, que me pone en relación con V. Dios a quien agradan las almas sencillas o inocentes dispuso de la de su hijo que también en tal concepto le pertenecía; dichoso él y todos los que como él murieron mártires del deber y de la obediencia; Dios en su justicia les habrá coronado en su gloria con la felicidad que jamás perderán, y que tan difícil nos será a los que sobrevivimos obtener; con toda la sinceridad del Sacerdote le aseguro, respetable señor, que gustoso hubiera sido compañero de su hijo en la muerte a ser semejante a él en las disposiciones.
Con lágrimas y sollozos, por mi parte recibí innumerables besos y abrazos de su cariñoso hijo para Vds; se los envía su incondicional servidor que a diario pide por Vds y su hijo al Señor.
Matías Biesa, Presbítero.
(El Eco de Levante, Garrucha, 3/7/1901)
Esquela publicada en el segundo aniversario de su fallecimiento. (El Eco de Levante, Garrucha, 29/6/1900)

En 1902, cuatro años después de la Guerra de Cuba, la redacción de El Eco de Levante de Garrucha pidió que el día 2 de noviembre, Día de los Difuntos, los garrucheros dedicasen una oración en sufragio del alma de todos los heroicos españoles que habían perecido en los combates navales de Cavite y Santiago de Cuba, que tuvieron lugar el 10 de mayo y 3 de julio de 1898, respectivamente.

Nota de El Eco de Levante (Garrucha, 31/10/1902)

El llamado Desastre del 98 supuso una enorme conmoción en la sociedad española. La derrota militar frente a unos subestimados EE.UU. y la consiguiente pérdida de las colonias españolas de ultramar originó un fuerte desencantamiento con la Monarquía y la clase política gobernante, que se demostró incapaz de encauzar de manera más efectiva el descalabro militar que sufrió España. Este sentimiento de fin del imperio de ultramar, desencanto político y aceptación de la verdadera realidad nacional tras el Desastre hizo surgir en España un movimiento social e intelectual llamado Regeneracionismo. Esta corriente intelectual trataba de salvar a España de la decadencia en la que se veía inmersa y que se hizo evidente en el Desastre, propugnaba el fin del caciquismo, de la corrupción, fomentaba la cultura, la educación, la construcción de infraestructuras que mejoraran al país y trataba de europeizar el pensamiento español para que la nación no perdiese su posición en el concierto de los países europeos más desarrollados. En Garrucha, jóvenes como Don Bernardo Berruezo Gerez o Don Pedro Berruezo Gerez acaudillaron, junto a los veteranos del Sexenio Revolucionario de 1868, este espíritu de regeneración del país. El carácter regeneracionista de D. Bernardo Berruezo será manifiesto en los años siguientes, tanto en su faceta política como periodística, pondrá su pluma al servicio de cuantas causas redentoras sean beneficiosas para Garrucha. Destacará como redactor de los periódicos "El Eco de Levante" de Garrucha y "El Liberal" de Madrid, donde abogará firmemente por la realización de los tres proyectos principales y necesarios para la regeneración de Garrucha: la construcción del ferrocarril de Lorca a Almería, el canal del Almanzora y la carretera de Garrucha a los Gallardos. Por otro lado, Don Pedro Berruezo Gerez, como Alcalde de Garrucha por más de 15 años desde 1906, aunará las mejores políticas liberales y reformistas en beneficio de la población, siendo el político garruchero más destacado y querido de la primera mitad del siglo XX.

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