Una mañana de otoño, después de
desayunar, me dispuse a dar un paseo por el Malecón de Garrucha. Hacía un día
espléndido, un sol radiante en un cielo ausente de nubes; todo indicaba que se
avecinaba un día de temperaturas agradables pese a encontrarnos a finales de
octubre.
A la altura del Pósito de
Pescadores detuve mi caminata y me senté un momento a charlar con los viejos
lobos de mar de Garrucha. Acomodado entre aquellos hombres de manos y rostros
curtidos por el sol, el salitre y el duro trabajo del mar, comenzamos amena
tertulia sobre temas en principio banales, pero que con el paso de los minutos
se fueron volviendo interesantes, ya que estos antiguos marinos son pozos de
sabiduría popular y de historias remotas que no suelen aparecer en los libros. No
me defraudaron, hablando sobre el próximo Día de Todos los Santos y la
costumbre de que los familiares acudan al cementerio a recordar a
los seres queridos que allí descansan, me preguntó uno de los veteranos marinos
si conocía la historia de la lápida de la rosa negra.
Ante mi cara de asombro, el
octogenario marinero comenzó a relatarme la historia que había oído contar en
casa a su madre y abuela.
Los hechos se sitúan en la
Garrucha minera y comercial del último tercio del siglo XIX. Por aquellos años,
llegó al pueblo un joven ingeniero de minas, con su esposa, para trabajar en las
compañías que estaban explotando las ricas minas de la zona. Y por lo visto,
según narró el anciano marino, estaban recién casados cuando fijaron su
residencia en el pueblo y ella era de una belleza sublime, tan guapa decían que
era que hasta el mismísimo Rey Alfonso XII la había pretendido.
Al matrimonio podía vérseles
paseando su amor por las calles de Garrucha. Irradiaban ese aura mágico de un
joven matrimonio llenó de pasión y cariño. Decían que eran tal para cual, ella
vivía para él y él era el desvelo de los sueños de ella.
Una mañana él se marchó a
Mazarrón, en Murcia, pues la compañía minera para la que trabajaba requería su
presencia allí, ya que debía ayudar a un compañero ingeniero en el proyecto de
explotación de una serie de minas que había arrendado la empresa recientemente.
Poca cosa según calculó, una semana de trabajo y volvería presto a Garrucha. Su
esposa, llevada por el amor que le embargaba, le pidió encarecidamente acompañarlo,
pero él se negó.
La tarde que llegó a casa después
de su trabajo en Mazarrón, se encontró a una de las criadas en la puerta del
domicilio llorando a lágrima viva. Estupefacto preguntó a la misma qué le
ocurría y la criada entre sollozos contestó: Señor Lorenzo, la señora…
Acto seguido, nuestro joven
ingeniero entró estrepitosamente en la casa, buscando a su esposa, y la halló. En la habitación del
salón, allí estaba ella, angelical, con su tez y manos blancas como el marfil,
entre las más bellas flores y engalanada con su mejor vestido de seda, con un
rostro lleno de paz se encontraba la que dijeron que fue la mujer más bella de
Garrucha descansando en el más bello de los ataúdes, durmiendo el sueño de los
justos.
Su marido, o mejor dicho, el reciente
y sorprendido viudo, ante la escena que se encontró, cayó desmayado al suelo.
Según me siguió relatando el
marinero de Garrucha, al parecer la bella joven falleció de manera súbita
mientras paseaba por el Malecón, un inexplicable infarto fulminante acabó con
su vida a la temprana edad de 22 años.
Cuentan que él nunca se repuso de
la pérdida de su querida esposa y que se le podía ver todos los días en el
cementerio postrado ante la tumba de ella llorando desconsoladamente. Dejó el
trabajo y se abandonó, vivía prácticamente en el camposanto. Siempre ponía en
el enterramiento de su malograda mujer una rosa negra y diariamente besaba la
fría lápida de mármol bañado en lágrimas.
Una mañana, al alba, unos marineros
lo vieron en la playa mirando fijamente al horizonte, llevaba en su mano una
rosa negra y estaba ataviado con sus mejores galas: esmoquin, guantes, abrigo
negro y sombrero de copa. Echó a andar mar adentro con paso firme y decidido,
hasta que se perdió su figura en las aguas. Los marineros, al ver esto, fueron
rápidamente a rescatarlo, pero cuando llegaron se había desvanecido en el mar.
Nunca más se supo de él, jamás se encontró el cuerpo.
Según me contó el veterano marino, en los años
siguientes, cada 1 de noviembre aparecía una rosa negra sobre la lápida de ella
y que inexplicablemente nadie colocaba. Con el paso del tiempo se transformó en
una tradición ver la famosa flor sobre la tumba cada Día de Todos los Santos. A
tal punto de fama llegó que incluso venían personas de otros pueblos para
contemplar este hecho asombroso.
El Ayuntamiento de Garrucha,
sospechando que podía ser un fraude por parte de alguno con interés en
convertir la historia en un mito del cementerio, encargó una investigación. Y
así se hizo, dos guardias municipales debían vigilar la tumba para ver si
alguien colocaba la flor. Con el cementerio cerrado, se situaron agazapados a
cierta distancia del nicho la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre y a eso de las doce en punto
de la noche, vieron como un hombre vestido con traje, abrigo y sombrero de copa
depositaba una rosa negra sobre la lápida. Ante eso, los policías fueron
prestos a detenerlo. Sin embargo, cuando se acercaron a él lo que contemplaron
es ciertamente misterioso. Según relataron, cuando se aproximaron comprobaron
que no era un cuerpo sólido, era como nebuloso, de rostro blanco como la luna, pero
difuminado, y tras mirarlo fijamente desapareció en su presencia.
Ante semejante testimonio, el Ayuntamiento, que no creyó la versión de los guardias municipales y con el propósito de zanjar este peculiar asunto, le comunicó lo ocurrido al Juez Municipal. Éste ordenó la exhumación de los
restos de la mujer y su traslado a un osario común, ante la ausencia de familiares conocidos. La lápida se destruyó y
nunca más hubo rosas negras sobre el ahora vacío nicho. Sin embargo, todavía se
cuenta que cada 1 de noviembre hay quien ve en el cementerio de Garrucha
un hombre de antigua vestimenta negra con peculiar sombrero pasear como alma
en pena sosteniendo una rosa negra en busca de una tumba que ya no encuentra.
Nota: Relato de ficción escrito con ocasión de la Noche de Ánimas...
Precioso!!
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