martes, 25 de septiembre de 2018

La fábrica de harinas de los Segura-Berruezo



Vista parcial de la Fábrica de Harina de la familia Segura, participada por D. Francisco Berruezo López de 1884 a 1889,
donde se observan los carros con yuntas de bueyes cargados con sacos de trigo. Hacia 1880
(Extraída del libro Memoria Fotográfica de Garrucha (1838-1936). La Historia Quieta. Vol III. Autor Juan Grima Cervantes)

Las familias levantinas enriquecidas con la actividad minera invirtieron buena parte del capital ganado en fincas rústicas que dedicaron a la producción agrícola, cuyos productos eran consumidos tanto en la comarca como exportados por la rada de Garrucha, puerto natural de un distrito de más de 200.000 habitantes.

El cultivo mayoritario de estas fincas solía ser el trigo y la cebada, ya que el clima del levante almeriense, de temperatura cálida durante el año y escasas precipitaciones, propiciaba que la principal siembra fuese el cereal de secano.

Uno de los productos de primera necesidad más demandados en la zona era la harina de trigo. Por ello, la importante familia Segura, dedicada principalmente a la exportación del esparto, decidió desarrollarse también en la industria harinera y construyó una fábrica a tal efecto en terrenos de su propiedad en las inmediaciones de Garrucha, en la Marina de la Torre. 

La fábrica de harinas, que pertenecía por partes iguales a Juan Salvador Segura Imbernón, Telesforo Segura Imbernón y Sebastián Segura Carrasco, se componía de varias dependencias altas y bajas, diversos patios descubiertos, pozo de agua y una balsa. La edificación medía aproximadamente 33 metros de fachada por 25 de anchura, con un ensanche de terreno por el lado derecho, según se entraba, de 41 metros. La fachada principal daba al mar, a la playa, mientras que por su lado derecho lindaba con una finca de Jorge Clifton Pecket, Vicecónsul inglés de Garrucha, y por el resto con terrenos del propietario Juan Salvador Segura. En el interior, la industria contaba con una desterradora, una limpiadora, una deschinadora, dos tornos o cedazos, un depósito de madera para trigo, una máquina de doce caballos de potencia nominal con todos los correspondientes utensilios para funcionar, tres pares de piedras, así como un depósito para trigo y otro para harinar.

Garrucha vendía harina en cantidades exorbitantes, más de 1000 toneladas para consumo, y su producción se vio además favorecida a partir de abril de 1880, tras el Real Decreto que habilitó al puerto garruchero para la importación del extranjero de todo tipo de mercancías a excepción de bacalao, tejidos y productos coloniales, ya que hasta entonces sólo se podía importar materiales relacionados con la industria minera. Este hecho impulsó sustancialmente la pujante economía de Garrucha y convirtió a los mayoristas de la localidad en dueños y señores del comercio de la comarca e incluso más allá, pues la venta de mercancías a precios más competitivos que en Almería o Cartagena situó a Garrucha como centro comercial de toda la región.

D. Francisco Berruezo López
Destacado empresario del levante almeriense,
fue dueño de la tercera parte de la Fábrica
de Harinas de los Segura, así como consuegro
de Sebastián Segura Carrasco desde 1890.
Col. José Berruezo García
En 1884 el comerciante e industrial Francisco Berruezo López compró a Juan Salvador Segura su parte correspondiente de la empresa, quedando de esta manera Berruezo como dueño de la tercera parte de la fábrica. Sin embargo, su participación en la empresa duró un lustro pues en 1889 vendió su tercio de la industria al propietario y hombre de negocios carbonero José de Fuentes Ruiz (padre del conocido Simón Fuentes Caparrós).

Parece ser que la fábrica tuvo altibajos y finalmente cesó su actividad, quizá motivado por la crisis económica que afectó a la familia Segura con motivo de los fatídicos incendios que se produjeron en sus almacenes de esparto en 1889 y 1893, así como por el progresivo fallecimiento de los propietarios de la industria (Sebastián Segura en 1891, José de Fuentes en 1892 y Telesforo Segura en 1896) y la posible mala gestión de sus herederos. Sea como fuese, lo cierto es que en 1899 la prensa local se quejaba de que la fábrica llevaba tiempo parada, dejando al comercio garruchero tributario de otras más lejanas del pueblo, a pesar de ser un negocio aparentemente rentable por su alta demanda.