miércoles, 7 de febrero de 2018

Los cementerios de Garrucha


Cementerio de Garrucha a principios del siglo XX. Fotógrafo: F. de Blain
(Extraída de Memoria histórica, fotográfica y documental de Garrucha (1861-1936). Vol. II.
Ed: Ayto. de Garrucha. Autor: Juan Grima. Documentalista: Salome del Moral)

Hoy día el cementerio de Garrucha es uno de los camposantos más cuidados y bonitos del levante almeriense. De pequeño tamaño, por exigencias de un municipio de población reducida, sus nichos y panteones decimonónicos forman un conjunto sencillo, armonioso y recogido. Pero, ¿de cuándo data? ¿Hubo otros antes? En las siguientes líneas trataremos de dar respuesta a esas preguntas.

Desde principios del siglo XIX Garrucha fue aumentando demográficamente y para ilustrar este hecho podemos citar la población en diversos años. En 1812 la población era de 112, en 1830 de 187 y en 1842 ascendía a los 414 vecinos. Sin embargo, si recogemos el dato para 1860, vemos algo muy llamativo y es que Garrucha contaba en ese año con 2116 habitantes. Es decir, se quintuplicó la población en apenas 18 años. ¿Qué había pasado? La respuesta se halla en el descubrimiento de los filones de plomo argentífero en Sierra Almagrera en 1838 y que cambió por completo la Historia del levante almeriense. Este acontecimiento dinamizó la vida social y económica de la comarca, erigiéndose diversas fundiciones metalúrgicas para beneficiar los minerales extraídos, como la fundición San Ramón, que se construyó en Garrucha en 1841. El pequeño núcleo poblacional de Garrucha comenzó a crecer desde entonces en importancia a un ritmo vertiginoso, contando en 1844 con Ayudantía de Marina, y Dirección de Sanidad Marítima, Carabineros del Reino y Aduana en 1847. Se instalaron sedes consulares de diversos países, así como destacadas Casas Comerciales e Industriales que controlaban desde Garrucha la exportación e importación de los productos mineros y mercancías que se hacía por su playa. En poco tiempo, Garrucha empleó a una cantidad ingente de personas, principalmente en la carga y descarga de los buques que arribaban a su rada.

Este auge demográfico sin precedentes que vivió Garrucha a partir de la década de 1840 trajo consigo las necesidades básicas de toda población de cierta entidad, como fue la instalación de un cementerio propio, pues hasta entonces los fallecidos en Garrucha debían ser enterrados en el camposanto de Vera, a unos 7 km de distancia. Así pues, en 1848 se construyó la primera necrópolis garruchera, en el sitio llamado la Puntica. Sin embargo, no reunía las condiciones necesarias, hallándose las tumbas a merced de posibles profanaciones y, a raíz de que unos perros desenterraron y destrozaron el cadáver de un niño, se desechó este primer camposanto. Ante tal tragedia que conmocionó al vecindario, don Pedro Berruezo Soler reunió en su domicilio a las principales personalidades de la Garrucha de entonces y acordaron, a sus expensas, la construcción de un nuevo cementerio, rodeándolo con tapias y con una puerta provista de cerradura. Le encargaron la obra al maestro albañil don Ginés Baraza, llevándose a cabo la construcción del segundo camposanto de Garrucha en el lugar llamado de las Tierras Royas, en la parte alta del pueblo. Como anécdota decir que la llave del cementerio quedó finalmente en poder de D. Pedro Berruezo, terminando así con la incomodidad que suponía trasladarse a Vera para solicitársela al Párroco cada vez que se necesitaba acceder al camposanto.

La segunda necrópolis de Garrucha se mantuvo en activo hasta aproximadamente 1880. Por aquel entonces, las necesidades de una creciente población (con una media anual de 250 enterramientos) que ya se acercaba a los 4000 habitantes y el lamentable estado de conservación en que se encontraba el cementerio, determinaron la construcción de uno nuevo, el tercero de su historia y el que existe en la actualidad. En 1878 el Ayuntamiento de Garrucha compró al médico D. Pedro Grima de los Ríos un terreno situado en el llamado Puertecico de las Escobetas para la construcción del nuevo camposanto. La obra estaba prácticamente concluida hacia el 11 de junio de 1882.


El lamentable estado de abandono que presentaba el segundo cementerio de Garrucha. Hacia 1875
(Extraída de Memoria histórica, fotográfica y documental de Garrucha (1861-1936). Vol. II. Ed: Ayto. de Garrucha. 
Autor: Juan Grima. Documentalista: Salome del Moral)

Sin embargo, la nueva edificación no resolvió un problema que desbordaba al Ayuntamiento, pues, dejando a un lado las construcciones como los panteones de las principales familias de la localidad, en el cementerio regía la anarquía en los enterramientos. A este respecto comentaba el Alcalde D. Miguel Sáez en 1890:

El Sr. Presidente manifestó al Ayuntamiento el mal estado en que se encuentra el Cementerio Municipal de esta villa por los abusos que en él se vienen cometiendo, enterrando cada vecino del modo y forma que tiene por conveniente, sin atender para nada a los preceptos que el Ayuntamiento tiene establecidos, no sabiéndose de los muchos nichos u hornillos que se encuentran ocupados, los que han pagado o han dejado de hacerlo, por su falta de rotulación […]
(Actas capitulares, Garrucha, sesión de 5 de octubre de 1890)
También, aparte del descontrol en las inhumaciones, la prensa local se hizo eco del lamentable estado en el que se encontraba el cementerio apenas 17 años después de su inauguración, solicitando además a la Municipalidad que se dote al cementerio con un Conserje. Así lo solicitó el comerciante y periodista don Bernardo Berruezo en 1899:

Muchas, muchísimas veces hemos oído ocuparse en círculos y reuniones del estado de abandono en que se encuentra nuestro cementerio, pero jamás se ha cuidado nadie de que se atendiese este lugar sagrado como lo requiere un pueblo civilizado. Bochornoso, y más que bochornoso, anticristiano nos parece que el sitio donde tenemos guardado los restos de nuestro padres, de nuestro hermanos y de nuestros hijos, esté convertido en un pedazo de manigua donde se dejan crecer las yerbas a su antojo, y en un muladar donde a la superficie se ven continuamente, y como si se tratase de bestias, miembros de esas personas queridas.
No es exagerada esta dolorosa manifestación y bien pueden convencerse de ello los que la pongan en duda. Más de una vez lo hemos visto y cuando en alguna ocasión esto ha sucedido, nos ha salido al rostro la vergüenza y el sentimiento ha invadido nuestra alma. Porque esto, como decimos antes, revela poca o ninguna cultura, y porque no hay un solo vecino de este pueblo, que no tenga encerrado allí y bajo el único cuidado de la despiadada naturaleza algún ser apreciado en vida, y venerado hoy al recordar su memoria.
Pero lo que causa más sentimiento, lo que produce más indignación, es pensar que esa falta de respeto al más sagrado de los lugares y ese inicuo abandono en que se le tiene, evitariase a costa de insignificante sacrificio, si sacrificio puede llamarse al cumplimiento de un deber impuesto por la religión y por la caridad.
Si el Ayuntamiento crease un destino de Conserje del Cementerio, aunque para ello tuviese que suprimir algún otro de inútil trascendencia; si ese conserje se ocupase sola y exclusivamente de la limpieza de aquel Santo-Campo y de avisar a quien correspondiese cuando por efecto de lluvias u otras causas hubiera desperfectos en algún nicho; y en una palabra, se constituyese en fiel cumplidor de su cargo, no daríamos ese espectáculo tan repugnante e impío y que tan mal parados nos deja. Más aún, con ese conserje, no solamente se evitaría todo eso, sino que podría el sitio escarnecido, cambiarse por jardín ameno, adornado con plantas a propósito, como sucede en todas partes. […]
(El Eco de Levante, Garrucha, 14 de septiembre de 1899)
La solución a toda esta problemática no vendría del Ayuntamiento, sino de un grupo de vecinos que se ofreció a ayudar al Consistorio en el mantenimiento y dignificación de la necrópolis. Así, el 21 de junio de 1903 nació, con la oportuna autorización municipal, el Patronato del Cementerio de Garrucha, una asociación de carácter filantrópico y religioso que se encargó de la buena conservación del camposanto, dotándolo con un guarda-conserje y adecentándolo. Sin lugar a dudas, de manos de esta institución privada el cementerio dejó de ser lo que era; se limpió adecuadamente, se plantaron árboles para que tuviera un aspecto más esmerado y se organizó una distribución razonada de los enterramientos.

El Patronato del Cementerio llegó a convertirse en una de las asociaciones más importantes de Garrucha, y con el objeto de obtener mayores fondos, fomentó la cultura en el pueblo, llegando a organizar fiestas, representaciones teatrales, rifas benéficas, corridas de toros, conciertos…

En 1906 el Patronato acometió dos obras importantes. Por un lado, llevó a cabo la ampliación en 1000 metros de la necrópolis y, por otro, construyó el Cementerio Civil de Garrucha, adosado al Católico, terminando así con las penosas inhumaciones extramuros de los residentes, principalmente extranjeros, que no profesasen la fe católica. Esta dualidad y separación de camposantos se mantuvo hasta la llegada de la Segunda República, ya que como recuerda el artículo 27 de la Constitución de 1931: Los cementerios estarán sometidos exclusivamente a la jurisdicción civil. No podrá haber en ellos separación de recintos por motivos religiosos. De esta manera, los cementerios católico y civil de Garrucha pasaron a ser uno, ahora llamado simplemente Cementerio Municipal.

El fin del Patronato vino con ocasión de la promulgación de la Ley de Secularización de Cementerios de 30 de enero de 1932, por la que los camposantos administrados por patronatos privados debían pasar a depender exclusivamente de los Ayuntamientos. Y así se hizo en Garrucha, el 22 de marzo de dicho año, el entonces Presidente del Patronato, D. Pedro Juaristi, entregó a la Municipalidad toda la documentación relativa a la necrópolis que poseía la Asociación, cesando así su cometido tan importante institución local.

No quiero terminar este artículo sin citar un aspecto curioso. A la vista de lo comentado, los primeros enterramientos que se realizaron en Garrucha datan de 1848, sin embargo, si se consultan los libros parroquiales de Garrucha comienzan en 1866. ¿Por qué? La Iglesia comenzó a construirse en 1861 y no fue hasta 1866 cuando el municipio fue dotado con un Teniente Cura, D. Gabriel de Haro Garrido, siendo hasta entonces el párroco de Vera el encargado dar sepultura y, por tanto, los fallecidos quedaban recogidos en los libros de defunciones de la vecina Vera.


domingo, 4 de febrero de 2018

Garrucha antes de la Garrucha de plomo y plata


Padrón de las Playas de la Garrucha de 1812. Archivo Municipal de Vera 

Bien conocido es por todos los lectores que hayan seguido este blog el discurrir histórico de Garrucha a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y cómo se convirtió la rica pedanía veratense de la minería y el comercio en municipio independiente gracias a la gestión de aquellos importantísimos hombres de negocios, principalmente los Berruezo y los Orozco, que consiguieron su segregación en 1861. Por aquel año, la población superaba los 2000 habitantes y el crecimiento demográfico y económico que vivía la villa era constante y realmente espectacular. 

Pero, ¿cómo era Garrucha antes de su época minera? Para tratar de responder a esta pregunta nos basaremos en los datos del padrón de habitantes de Vera del año 1812, en el que en su parte última recoge la población de las Playas de la Garrucha. Aún faltarán poco más de dos décadas para que la monótona y rural vida del levante almeriense cambie drásticamente con el descubrimiento de los filones de plomo argentífero en Sierra Almagrera en 1838, por lo que nos servirá para comprender mejor cómo era esa Garrucha primitiva.

En la tabla 1 se muestran los datos obtenidos sobre el estado de Garrucha en 1812, en plena Guerra de la Independencia:

Tabla 1: Estado de Garrucha en 1812
Estado de Garrucha en 1812
Población
112
Hombres
55
Mujeres
57
Casas
31
Oficios

Patrón pesquero
9
Pescador
13
Arriero
7
Jornalero
1
Albañil
1
Empleado de Rentas
1


Como se observa en la tabla 1, la población es muy pequeña, poco más de un centenar de habitantes, de los cuales 55 eran hombres y 57 mujeres, por lo que existía una curiosa paridad demográfica, siendo aproximadamente el 76% menor de 40 años. De estos 112 habitantes, sólo 32 varones tienen profesión declarada, siendo los 80 restantes mujeres, niños y ancianos.

Aunque de manera lenta, y aún alejada del exponencial auge poblacional que se iniciará a partir de 1840, Garrucha comenzó a crecer paulatinamente en habitantes desde principios del siglo XIX de manera continua y sostenida, pues la construcción del Castillo militar de Jesús Nazareno en 1769 y la limpieza de piratas berberiscos que hizo el Teniente General de la Armada don Antonio Barceló en las costas del levante español y en Argel a finales del siglo XVIII eliminó las temidas incursiones de estos piratas contra la costa, que tanto miedo y pesar causaban a los garrucheros de entonces, pues no sólo se enfrentaban en estas razzias al robo y destrucción de sus propiedades sino a algo peor como era la muerte o ser secuestrados y vendidos como esclavos en el Norte de África.

En 1797 la población de la Playa de La Garrucha era de 42 habitantes repartidos en 9 casas, por lo que otro factor a tener en cuenta en el notorio aumento demográfico de 1812 puede ser también, aparte de la eliminación del riesgo de la piratería berberisca, la cruenta epidemia de fiebre amarilla que asoló a Vera en 1811-1812 y que lógicamente provocó que algunas familias trasladasen su residencia a Garrucha, huyendo así del foco epidemiológico. Sin embargo, no regresarán todos después, pues en 1830 la población asciendió a 187 vecinos, por lo que el crecimiento de Garrucha fue constante a lo largo del siglo XIX.

Esta población se repartía en 1812 en 31 viviendas, seguramente modestas edificaciones en la playa, y, como se puede ver, la principal actividad profesional era la pesca, todavía quedaban lejos los años de la próspera minería y el boyante comercio. Destaca también un número considerable de arrieros, dedicados al transporte de mercancías, como la sal y el pescado, así como de las necesidades del pequeño comercio de cabotaje con las poblaciones limítrofes. Asimismo, reseñar al único Empleado de Rentas, D. José de Vera, que estaría al frente del Alfolí de Sal, antiguo edificio que tenía el Gobierno para abastecer de este compuesto químico tan necesario a más de 40 pueblos de la comarca. Parece probable que también funcionaría como almacén y punto de distribución y control de mercancías que llegaban por mar y de las que se exportaban.

Esta Garrucha que hemos descrito no era aún, ni mucho menos, la esplendorosa villa minera de los miles de habitantes a la que dieron tanto lustre familias como la de los Berruezo, los Orozco, los Anglada, los Gea, los Moldenhauer, los Fuentes… todavía quedaban años para ello. Esta era la marinera Garrucha de apellidos como los Gerez, los Rosa, los Cano, los Cervantes, los León… sobre la que se asentará la renombrada Pequeña San Sebastián y que en poco tiempo se convertirá en uno de los puertos comerciales e industriales más importantes de España; ¡quién lo hubiera imaginado a principios del siglo XIX!


sábado, 20 de enero de 2018

Los años de Alí Bey en Vera


Domingo Badía como Alí Bey
Los años de Alí Bey en Vera suelen contarse de manera fugaz en la mayoría de sus biografías, como si los 15 años que estuvo en el municipio almeriense no fuesen más que un abrir y cerrar de ojos en la vida del personaje. Sin embargo, a ojos de la Historia su estancia en Vera fue clave para que el joven muchacho Domingo Badía Leblich se convirtiera en el intrépido Alí Bey, por lo que merece la pena recordar con algo más de profundidad sus años veratenses.

Como ya comentamos en el artículo Alí Bey y su relación con la familia Berruezo en Vera, Domingo Badía llegó a Vera en 1778, a la edad de 11 años, con motivo de haber sido nombrado su padre Contador y Comisario de Guerra de Vera. Niño prodigio, lo que hoy llamaríamos un superdotado, nació para sobresalir y pronto lo hizo.

En 1783, a los 16 años, fue nombrado Administrador de Utensilios en la Costa de Granada y tan bien desempeñó su cometido que dos años más tarde le fue otorgado el empleo de Contador de Guerra, con sueldo de 1500 reales anuales. Pese a su juventud, tal era su valía que su carrera como funcionario estatal siguió creciendo rápidamente. Así pues, en 1786 le fueron otorgados nuevas responsabilidades al asumir, aparte de la Contaduría de Guerra, la Tenencia de Tesoro del Partido de Vera y la intervención en la recaudación del Tigual y sus fortificaciones.

Pero en Vera no sólo se afanó en el trabajo, también se aplicó con gran tesón al estudio en un ambiente erudito favorecido por la Ilustración veratense emanada de la Real Sociedad Patriótica de Amigos del País de la Ciudad de Vera y su Jurisdicción, fundada en 1776. En estas circunstancias, una de las personas que marcarían su juventud fue un rico comerciante local, D. Pedro Berruezo Caparrós, que poseía una importante biblioteca y a la que Badía acudía con regularidad en demanda de más y más conocimiento. Asimismo, el joven Domingo Badía poco a poco se fue haciendo una interesante biblioteca personal en Vera, ya fuese por compra o regalos que el propio Berruezo hiciese al inquieto muchacho. Gracias al célebre historiador D. Juan Pérez de Gúzman podemos conocer algunos de estos libros, lo que nos da idea de sus intereses en aquella temprana y despierta juventud en el levante almeriense:

  • Cartas físico-matemáticas, de Almeyda
  • Física del Cielo, de Berthin
  • Reflexiones sobre la naturaleza, de Sturn
  • Espíritu de los Sabios, de Prevoux
  • Entretenimientos físicos, de Regnault
  • Matemáticas puras, de Le Maur
  • Química, de Foronda
  • Química, de Baumé
  • Química, de Dijon
  • Física, de Segáud de la Fond
  • Historia Natural, de Fourcroy
  • Lógica, de Coudillac
  • Viaje estático, de Hervas
  • Apología, de Feijoó
  • Crianza física de los niños, de Balexerd
  • Filosofía, del Lugdonense
  • Fábulas, de Samaniego
  • Examen de ingenios
  • Contra los francmasones
  • Historia de España, del P. Isla
  • Conquista de Méjico, de Solís
  • Viaje a Arabia, de Nieburg
  • Viaje a los Alpes, de Saussare
  • Orinoco ilustrado, de Gumilla
  • Noticias americanas, de Ulloa
  • Posibilidad de la Alchimia
  • Origen de las Leyes, Artes y Ciencias
  • Usos de las esferas y los globos
  • Real gabinete de máquinas
  • Telémaco
  • Antenor
  • Teatro de los Dioses
  • Artillería, de Saint-Renié

A la vista de la diversa temática de la biblioteca de Badía, el citado historiador comenta en su artículo “El primer ensayo de Aerostación en España” (1910) que “en ningún otro periodo de su vida se echa ver tanto la aplicación al estudio de Badía y Leblich, como en los años de su juventud en Vera.”

En Vera no todo fue trabajar y estudiar, también tuvo tiempo para el amor y acabó casándose el 26 de septiembre de 1791 con su amada Mariquita, hija de su mecenas y amigo D. Pedro Berruezo Caparrós y de Dña. Antonia Campoy de Salas. Con ella tendría tres hijos: Pedro, Asunción y José, aunque sólo el primero nació en Vera.

Un pasaje muy poco conocido de la vida Badía es que fue designado por el Ayuntamiento de Vera para un cargo municipal, lo que denota la estimación pública que tenía. Así pues, el 31 de diciembre de 1792 fue elegido Diputado del Común, tomando posesión el 1 de enero. Para comprender las funciones de este empleo podemos recurrir el artículo “Los diputados del común y el síndico personero del Ayuntamiento de Palma (1766-1808)”, del autor Eduardo Pascual Ramos, en el que se nos comenta que los Diputados del Común "tenían voto, entrada y asiento en el Ayuntamiento después de los Regidores, para tratar y conferir en punto de Abastos (aprovisionamiento de víveres); examinar los pliegos, o propuestas que se hiciese; y establecer las reglas económicas tocantes a estos puntos, que pide el bien común para favorecer la libertad del comercio de los Abastos, para facilitar la concurrencia de los vendedores, y a libertarles de imposiciones y arbitrios en la forma posible. En los actos y funciones públicas estaban obligados a vestir de negro. Su campo competencial fue ampliado con el paso del tiempo participando en cuestiones gubernativas que anteriormente les estaban vetadas. Tenían facultad de protestar las resoluciones del Ayuntamiento si consideraban que eran contrarias al bien público, aunque sin capacidad para suspenderlas pero con derecho a recurrir a la Audiencia por el Real Acuerdo.“ Poco tiempo disfrutó este empleo, pues el 28 de Junio de 1793 fue nombrado por Real orden Administrador de Tabacos de Córdoba, trasladándose con su familia a vivir a la bella ciudad califal y dejando su querida Vera para nunca más volver, aunque mantuvo contacto epistolar durante toda su vida con sus suegros y cuñados.

Firma de Domingo Badía en las Actas Capitulares de Vera.
Enero de 1793. Archivo Municipal de Vera.
Pero Domingo Badía no pasaría a la Historia por una carrera exitosa en la Administración o por su fama de hombre sabio en su época sino por convertirse en Alí Bey, por adentrarse como aventurero, espía y científico en los países islámicos, como nunca antes nadie se atrevió a hacerlo.

Sin lugar a dudas, en Vera entró en contacto con las leyendas y tradiciones moriscas que recorrían la zona del Bajo Almanzora, lo que le causaría fascinación. Este interés hacia el mundo musulmán se vio aumentado con los viajes que realizó acompañando a su padre a África, pues éste también fue Asentista factor y provisor de los presidios africanos. El idioma, las costumbres, las vestimentas, el Corán, los santones… todo fue cautivando al inquieto joven Badía en aquellos primigenios años. La forja de Alí Bey daba comienzo.


jueves, 18 de enero de 2018

La vida de Alí Bey llega al cine


Imanol Arias (Sultán de Marruecos) y Rodolfo Sancho (Alí Bey) en un momento del rodaje. EFE

Este año 2018 se estrenará en los cines El sueño del Califa”, una película sobre la vida de Alí Bey, alias del gran aventurero, espía y arabista español don Domingo Badía Leblich. El film, dirigido por Soheil Ben Barka, es una producción italomarroquí que cuenta con la participación de actores españoles en papeles protagonistas, como Rodolfo Sancho, que interpreta al propio Alí Bey, o Imanol Arias, que da vida Mulay Sulaymán, Sultán de Marruecos.

La película, con un presupuesto de 15 millones de euros, se sitúa entre las más caras de la historia cinematográfica marroquí y se estrenará en unos 40 países y en 5 idiomas. Rodada entre Italia y Marruecos, abarcará históricamente desde 1804 hasta la muerte de Alí Bey en 1818, por lo que nos llevará, siguiendo las andanzas del personaje, por países como Francia, España, Inglaterra, Marruecos, Siria o Egipto.

Rodolfo Sancho como Domingo Badía (Alí Bey)
A tan singular personaje de la Historia de España le dedicamos en este blog dos artículos (Ver: Alí Bey y su relación con la familia Berruezo en Vera y Alí Bey, biografiado por D. Manuel Berruezo en 1865), pues conviene recordar que está emparentado con la familia Berruezo, ya que su esposa fue doña María Lucía Berruezo Campoy, con quien contrajo matrimonio en Vera (Almería) en 1791. Además, está vinculado indirectamente con Garrucha, pues su sobrino D. Pedro Berruezo Soler fue Alcalde de la villa en el siglo XIX, así como un hijo de éste, D. Juan Francisco Berruezo Torres.

Aunque la película cuenta con "licencias cinematográficas" (como un imaginario romance entre Alí Bey y Lady Hester Stanhope, la reina blanca de Palmira) para hacer más jugosa una historia ya de por sí fascinante, no cabe duda de que rescatará del olvido la apasionante figura histórica de D. Domingo Badía y lo traerá de nuevo a la actualidad, para que así pueda ser conocido por el público general. Además, según diversas notas de prensa, parece ser que, aparte de la película, productores de televisión han contactado con el director para hacer una serie sobre Alí Bey. Estaremos expectantes.


domingo, 7 de enero de 2018

La decadente Garrucha de finales de 1920


Vista de la playa y del Paseo del Malecón (entonces Paseo de Cánovas del Castillo) de Garrucha en 1926
(Extraída Archivo Diputación de Almería)

A finales de 1920 la situación socioeconómica de Garrucha era más que preocupante. Un municipio que se reduce a un pequeño casco urbano, sin posibilidades de expansión territorial ni tierras cultivables, y donde su principal prosperidad económica dependía del comercio y las exportaciones mineras que realizaba por su rada, lo hacía tremendamente vulnerable a los posibles vaivenes de estas actividades. Y así fue. Cuando sus ingresos económicos mermaron notablemente a raíz de la práctica paralización de las actividades comerciales a industriales, como consecuencia de la Gran Guerra (1914-1918) y la posterior crisis económica de los años 20, la situación de la villa marinera fue crítica. Decenas de jornaleros que se dedicaban a la minería y la carga y descarga de buques quedaron sin trabajo en un breve periodo de tiempo, lo que se tradujo en una constante y progresiva emigración que dejó a Garrucha en un estado penoso. Entre 1910 y 1930, el municipio perdió algo más del 30% de su población, porcentaje éste que se irá incrementando conforme pasen los años y no se recuperará hasta finales del siglo XX.

La rica Garrucha decimonónica de los viceconsulados y los importantísimos hombres de negocios hacía tiempo que era un viejo fantasma del pasado. A la vista de la historia, los fundadores de Garrucha pecaron en cierto modo de ingenuidad, ya que construyeron un municipio artificial, poco viable económicamente por sí mismo, pues la insuficiente industria pesquera (sin un puerto refugio) lo hacía muy dependiente del entonces próspero comercio y la boyante industria minera para no desfallecer. Pero claro, quién iba a decirles a los próceres don Ramón Orozco y don Manuel Berruezo que la reluciente Garrucha de plata, plomo e hierro que constituyeron en 1861 iba a comenzar a desplomarse décadas después, cuando las riquezas minerales de las Sierras circundantes parecían entonces inagotables.

Sobre el decadente estado de Garrucha en 1926 nos da buena cuenta la prensa de la época, como se recoge a continuación:

Un pueblo que se desmorona

He aquí un pueblo que hace unos años tuvo vida próspera y luminosa, y hoy se desmorona poco a poco minado por todas las miserias.
Los fundadores de Garrucha fueron poco avaros y se conformaron con entrar en posesión de una pequeña franja de terreno, lo suficiente únicamente para levantar unas cuantas casas.
Fuera del recinto urbano, que se alinea frente al mar, a los aledaños de su hermosa playa abierta a todos los vientos, no posee el pueblo ni un centímetro de jurisdicción.
Cuando ha querido expansionarse ha tropezado en la parte Este con la jurisdicción de Vera, y al Oeste con la de Mojácar, y de aquí resulta que dos casas contiguas, estén separadas por los fueros de distintas municipalidades.
Para este pueblo los problemas de agricultura, y de riegos y sequías y de malas cosechas, es algo exótico que no les preocupa lo más mínimo.
Garrucha tiene su vida en el mar que se abre inmenso y libre ante el poblado, como una ideal jurisdicción de infinitas lejanías.
Antes llegaban muchos barcos a la carga de minerales, y cada uno de ellos dejaba entre los obreros de Garrucha una buena cantidad de pesetas, había plétora de vida.
Hoy las minas han paralizado sus explotaciones, y ya no vienen los barcos ni entran las pesetas que se derramaban por el pueblo como una lluvia de prosperidades.
Ahora todo ha quedado reducido a la pesca, pero he aquí que esta industria que, plenamente desarrollada, podría ser un paliativo, no puede contarse como un ingreso normal, porque no existe el más insignificante puerto de refugio, y al combatir los vientos, que son frecuentes, los pescadores no pueden salir al mar, aunque se mueran de hambre.
Garrucha se desmorona, se hunde, inicia su desaparición del mapa, por culpa de sus hijos, que aún no han aprendido a pedir con insistencia y con voluntad.
Si no se construye el puerto de refugio que han pedido, si esto se deja como la petición de un pueblo lejano sin pulso y sin vida. Garrucha no será un pueblo, será únicamente una colonia veraniega, propiedad de los pueblos limítrofes, en el invierno abandonado y silencioso, desmoronándose poco a poco minado por la miseria.

(Diario de Almería, 19 de marzo de 1926)

D. Bernado Berruezo Gerez
Col. José Berruezo García
Cabe decir que ya en el siglo XIX no fueron pocos los prohombres de Garrucha que adivinaban, desde las alturas del esplendor económico, un trágico final para la villa si no se llevaban a cabo una serie de infraestructuras necesarias para asentar sólidamente la economía del municipio. Esencialmente éstas eran: la mejora y/o la construcción de una red de carreteras que comunicase a Garrucha de manera eficiente con los pueblos limítrofes; la construcción del ferrocarril de Lorca a Almería que, pasando por el levante almeriense, hubiese influido notablemente en la economía regional; y la realización del ansiado puerto, pues como se sabe, hasta entonces, toda la actividad marinera y de carga y descarga de buques se hacía por su playa. Para la consecución de estas infraestructuras, diversos garrucheros promovieron encendidas campañas desde finales del siglo XIX, como hizo de manera destacada el comerciante y periodista don Bernardo Berruezo Gerez, que desde la prensa solicitó incansablemente todas estas medidas redentoras para el municipio.

Sin embargo, la ejecución de todas estas demandas, que hubiesen dado un enorme dinamismo a la villa, llegaron muy tarde o simplemente no se realizaron por la desidia del Gobierno de Madrid. Aunque se mejoraron algo las carreteras con los años, el ansiado ferrocarril de Lorca a Almería nunca se construyó, pese a ser pedido tenazmente durante décadas, y el necesario puerto no se inició su construcción hasta 1931, a pesar de que fue solicitado al Ministro de Fomento cuarenta años antes, en 1888, siendo entonces Alcalde de Garrucha D. Francisco Berruezo López. En definitiva, lo poco que se hizo llegó a destiempo, cuando ya Garrucha había dejado de ser el pueblo próspero y rico que fue, cuando la mayoría de los grandes hombres de negocios, que hubiesen dado con su ingenio prosperidad a la villa, ya no estaban.