![]() |
Agustina de Aragón. Óleo de Augusto Ferrer-Dalmau |
Dicen que detrás de un gran
hombre siempre hay una gran mujer y en el caso que nos concierne bien merece la
pena recordar a la grandísima doña Juana Ayora Guevara, la formidable mujer que
se esconde tras la heroica figura de don Cleofás Berruezo de Aro, de memorable
recuerdo familiar.
Doña Juana vino al mundo un
caluroso dos de julio de 1779 en el seno de una familia acomodada de Vera,
entre cuyos ascendientes se encuentran los primeros repobladores cristianos del municipio a finales del siglo XV. Era hija de don Fernando Ayora Mellado,
hacendado, militar de caballería del Regimiento Costa de Granada y funcionario
de la Real Hacienda, y de doña Ana Guevara Martínez.
Criada en la Vera de la
Ilustración del último tercio del siglo XVIII, el 10 de mayo de 1797 contrajo
matrimonio con don Cleofás Berruezo de Aro en la Iglesia de Nuestra Señora de
la Encarnación. Ella tenía 17 años, mientras que él, militar en el mismo Arma
que su suegro, tenía por aquel entonces 24 años y pertenecía a una familia de
notables, siendo su padre don Jacinto Berruezo Soler, hacendado y Alcalde
ordinario del vecino municipio de Turre.
El matrimonio Berruezo Ayora
vivió en un primer momento en Vera, donde nacieron cinco de sus 11 hijos. Sin
embargo, la invasión francesa y la epidemia de fiebre amarilla que asoló la
localidad en 1810 motivó que la familia se traslade a vivir a Turre, donde Cleofás
disponía de propiedades familiares. Aquí nacieron el resto de sus vástagos.
Duros fueron los años de la
Guerra de la Independencia para el hogar familiar. Su marido y su padre
combatían incasablemente a los franceses, mientras que ella en casa, junto a
seguramente otras valerosas y sufridas mujeres de la familia, cuidaba a la
extensa prole. Cometido impagable y más en aquellos convulsos momentos de
escasez, angustia y terror.
Mucho le debe la familia a
nuestra particular Agustina de Aragón, mujer formidable que sacó adelante a esa
gran saga de hermanos que fueron los Berruezo Ayora, que andado el tiempo se
convertirán en personalidades relevantes de los municipios en los que
residieron.
La heroica doña Juana Ayora
falleció en Turre el 7 de junio de 1834, a la edad de 54 años. Ella, que había
vivido la dureza de la guerra contra el francés y la cruda posguerra, seguramente
cerró los ojos aquel día con la lógica intranquilidad materna de tener a
algunos de sus valientes hijos en el frente combatiendo en la Primera Guerra Carlista. Posiblemente sus últimos deseos en el lecho de muerte no fueron para ella sino porque Dios
los cuidara, para que regresaran sanos y salvos; como así ocurrió. Tampoco
cuesta imaginarse a aquellos hijos cuando volvieron a casa después de
licenciarse, con sus galones ganados en mil batallas, con esos ojos que habían
visto los horrores de los que era capaz el ser humano, hincarse de rodillas
ante la tumba de aquella buena madre y recordar, bañados en lágrimas, aquel
último beso en la frente que les dio y ese intenso abrazo cuando partieron a la
guerra y que, por desgracia, hubo de ser el último.
A la memoria de mi pentabuela van
dedicas estas breves líneas, así como a todas aquellas silenciosas mujeres para
la historia que hicieron tanto en tiempos tan complicados, pues como dijo el
escritor Richard Nathaniel Wright: «Sin
duda, las mujeres españolas son las más bellas del mundo. La mujer española es
sólida, la mujer española se echa el país a sus espaldas».
No hay comentarios:
Publicar un comentario