miércoles, 28 de febrero de 2018

Restaurando el pasado



El paso del tiempo no perdona a nadie y menos aún si tenemos en cuenta las fotografías centenarias. Salvo contadas ocasiones en las que llegan hasta nuestros días fotos en buen estado, lo normal es que el transcurrir de los años, unido a una mala conservación, haya dañado las fotos. Manchas, roturas, pérdida de intensidad de color, etcétera son una constante que le arrebatan todo su esplendor original y, en cierto modo, dignidad a las personas en el caso de los retratos.

Por suerte, vivimos en la era digital y la restauración de fotografías se puede acometer de manera sencilla con diversos programas informáticos. Lógicamente, cuanto más avezados estemos en el uso de estas herramientas, mejor nos quedará el resultado final. Sin embargo, con unos conocimientos básicos, práctica, sensibilidad y ganas de realizar un trabajo sensato y bien hecho se pueden conseguir mejoras como la que se muestra en la Figura 1.

Figura 1: El antes y el después de la restauración del retrato
de Conchita Berruezo Cánovas. Hacia 1920

Col. José Berruezo García
Una máxima de todos los que nos gusta la Historia es no manipular, bajo ningún concepto, los objetos que nos han llegado, respetando así su bagaje histórico y no afectando de esta manera a su valor. Sin embargo, como se trata de trabajar sobre copias digitales, no cometemos ningún “atentado”, pues no incidimos en ningún caso sobre la fotografía original en sí misma.

Bajo nuestra opinión, merece la pena restaurar las fotografías dañadas no ya por el hecho de rescatar nosotros mismo su dignidad, que también, sino de cara a su publicación, pues, salvo que se trate de exhibir exprofeso los originales en alguna obra o exposición, van a ilustrar y embellecer más los textos mostrar la fotografía como fue en origen, con toda su esencia, con toda su belleza. En este sentido, una foto deteriorada que acompaña a un texto, aunque va a mostrar evidentemente su antigüedad (lo que a veces se pretende), puede incidir negativamente, pues la distracción del lector va a ir más encaminada a examinar lo mal conservada que está la foto que a centrarse en el contenido textual. No obstante, y como suele decirse: para gustos los colores.


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