Hoy día el cementerio de Garrucha
es uno de los camposantos más cuidados y bonitos del levante almeriense. De
pequeño tamaño, por exigencias de un municipio de población reducida, sus nichos
y panteones decimonónicos forman un conjunto sencillo, armonioso y recogido. Pero,
¿de cuándo data? ¿Hubo otros antes? En las siguientes líneas trataremos de dar
respuesta a esas preguntas.
Desde principios del siglo XIX Garrucha fue
aumentando demográficamente y para ilustrar este hecho podemos citar la
población en diversos años. En 1812 la población era de 112, en 1830 de 187 y
en 1842 ascendía a los 414 vecinos. Sin embargo, si recogemos el dato para
1860, vemos algo muy llamativo y es que Garrucha contaba en ese año con 2116 habitantes.
Es decir, se quintuplicó la población en apenas 18 años. ¿Qué había pasado? La
respuesta se halla en el descubrimiento de los filones de plomo argentífero en
Sierra Almagrera en 1838 y que cambió por completo la Historia del levante
almeriense. Este acontecimiento dinamizó la vida social y económica de la
comarca, erigiéndose diversas fundiciones metalúrgicas para beneficiar los
minerales extraídos, como la fundición San Ramón, que se construyó en Garrucha
en 1841. El pequeño núcleo poblacional de Garrucha comenzó a crecer desde
entonces en importancia a un ritmo vertiginoso, contando en 1844 con Ayudantía
de Marina, y Dirección de Sanidad Marítima, Carabineros del Reino y Aduana en
1847. Se instalaron sedes consulares de diversos países, así como
destacadas Casas Comerciales e Industriales que controlaban desde Garrucha la
exportación e importación de los productos mineros y mercancías que se hacía
por su playa. En poco tiempo, Garrucha empleó a una cantidad ingente de
personas, principalmente en la carga y descarga de los buques que arribaban a
su rada.
Este auge demográfico sin
precedentes que vivió Garrucha a partir de la década de 1840 trajo consigo las
necesidades básicas de toda población de cierta entidad, como fue la
instalación de un cementerio propio, pues hasta entonces los fallecidos en
Garrucha debían ser enterrados en el camposanto de Vera, a unos 7 km de
distancia. Así pues, en 1848 se construyó la primera necrópolis garruchera, en
el sitio llamado la Puntica. Sin
embargo, no reunía las condiciones necesarias, hallándose las tumbas a merced de
posibles profanaciones y, a raíz de que unos perros desenterraron y destrozaron
el cadáver de un niño, se desechó este primer camposanto. Ante tal tragedia que
conmocionó al vecindario, don Pedro Berruezo Soler reunió en su domicilio a las
principales personalidades de la Garrucha de entonces y acordaron, a sus
expensas, la construcción de un nuevo cementerio, rodeándolo con tapias y con
una puerta provista de cerradura. Le encargaron la obra al maestro albañil don
Ginés Baraza, llevándose a cabo la construcción del segundo camposanto de
Garrucha en el lugar llamado de las Tierras
Royas, en la parte alta del pueblo. Como anécdota decir que la llave del
cementerio quedó finalmente en poder de D. Pedro Berruezo, terminando así con
la incomodidad que suponía trasladarse a Vera para solicitársela al Párroco cada
vez que se necesitaba acceder al camposanto.
La segunda necrópolis de Garrucha
se mantuvo en activo hasta aproximadamente 1880. Por aquel entonces, las
necesidades de una creciente población (con una media anual de 250
enterramientos) que ya se acercaba a los 4000 habitantes y el lamentable estado
de conservación en que se encontraba el cementerio, determinaron la construcción
de uno nuevo, el tercero de su historia y el que existe en la actualidad. En
1878 el Ayuntamiento de Garrucha compró al médico D. Pedro Grima de los Ríos un
terreno situado en el llamado Puertecico
de las Escobetas para la construcción del nuevo camposanto. La obra
estaba prácticamente concluida hacia el 11 de junio de 1882.
Sin embargo, la nueva edificación
no resolvió un problema que desbordaba al Ayuntamiento, pues, dejando a un lado
las construcciones como los panteones de las principales familias de
la localidad, en el cementerio regía la anarquía en los enterramientos. A este
respecto comentaba el Alcalde D. Miguel Sáez en 1890:
El
Sr. Presidente manifestó al Ayuntamiento el mal estado en que se encuentra el
Cementerio Municipal de esta villa por los abusos que en él se vienen
cometiendo, enterrando cada vecino del modo y forma que tiene por conveniente,
sin atender para nada a los preceptos que el Ayuntamiento tiene establecidos,
no sabiéndose de los muchos nichos u hornillos que se encuentran ocupados, los
que han pagado o han dejado de hacerlo, por su falta de rotulación […]
(Actas capitulares, Garrucha,
sesión de 5 de octubre de 1890)
También, aparte del descontrol en las inhumaciones, la prensa local se hizo eco del lamentable estado en el que se
encontraba el cementerio apenas 17 años después de su inauguración, solicitando además a la Municipalidad que se dote al
cementerio con un Conserje. Así lo solicitó el comerciante y periodista don
Bernardo Berruezo en 1899:
Muchas,
muchísimas veces hemos oído ocuparse en círculos y reuniones del estado de
abandono en que se encuentra nuestro cementerio, pero jamás se ha cuidado nadie de
que se atendiese este lugar sagrado como lo requiere un pueblo civilizado.
Bochornoso, y más que bochornoso, anticristiano nos parece que el sitio donde
tenemos guardado los restos de nuestro padres, de nuestro hermanos y de
nuestros hijos, esté convertido en un pedazo de manigua donde se dejan crecer
las yerbas a su antojo, y en un muladar donde a la superficie se ven
continuamente, y como si se tratase de bestias, miembros de esas personas
queridas.
No
es exagerada esta dolorosa manifestación y bien pueden convencerse de ello los que
la pongan en duda. Más de una vez lo hemos visto y cuando en alguna ocasión
esto ha sucedido, nos ha salido al rostro la vergüenza y el sentimiento ha
invadido nuestra alma. Porque esto, como decimos antes, revela poca o ninguna
cultura, y porque no hay un solo vecino de este pueblo, que no tenga encerrado
allí y bajo el único cuidado de la despiadada naturaleza algún ser apreciado en vida, y venerado
hoy al recordar su memoria.
Pero
lo que causa más sentimiento, lo que produce más indignación, es pensar que esa
falta de respeto al más sagrado de los lugares y ese inicuo abandono en que se
le tiene, evitariase a costa de insignificante sacrificio, si sacrificio puede
llamarse al cumplimiento de un deber impuesto por la religión y por la caridad.
Si
el Ayuntamiento crease un destino de Conserje del Cementerio, aunque para ello
tuviese que suprimir algún otro de inútil trascendencia; si ese conserje se
ocupase sola y exclusivamente de la limpieza de aquel Santo-Campo y de avisar a
quien correspondiese cuando por efecto de lluvias u otras causas hubiera
desperfectos en algún nicho; y en una palabra, se constituyese en fiel
cumplidor de su cargo, no daríamos ese espectáculo tan repugnante e impío y que
tan mal parados nos deja. Más aún, con ese conserje, no solamente se evitaría
todo eso, sino que podría el sitio escarnecido, cambiarse por jardín ameno,
adornado con plantas a propósito, como sucede en todas partes. […]
(El Eco de Levante, Garrucha, 14
de septiembre de 1899)
La solución a toda esta
problemática no vendría del Ayuntamiento, sino de un grupo de vecinos que se
ofreció a ayudar al Consistorio en el mantenimiento y dignificación de la
necrópolis. Así, el 21 de junio de 1903 nació, con la oportuna autorización
municipal, el Patronato del Cementerio de
Garrucha, una asociación de carácter filantrópico y religioso que se
encargó de la buena conservación del camposanto, dotándolo con un guarda-conserje
y adecentándolo. Sin lugar a dudas, de manos de esta institución privada el
cementerio dejó de ser lo que era; se limpió adecuadamente, se plantaron
árboles para que tuviera un aspecto más esmerado y se organizó una distribución
razonada de los enterramientos.
El Patronato del Cementerio llegó
a convertirse en una de las asociaciones más importantes de Garrucha, y con el
objeto de obtener mayores fondos,
fomentó la cultura en el pueblo, llegando a organizar fiestas, representaciones
teatrales, rifas benéficas, corridas de toros, conciertos…
En 1906 el Patronato acometió dos
obras importantes. Por un lado, llevó a cabo la ampliación en 1000 metros de la
necrópolis y, por otro, construyó el Cementerio Civil de Garrucha, adosado al
Católico, terminando así con las penosas inhumaciones extramuros de los
residentes, principalmente extranjeros, que no profesasen la fe católica. Esta dualidad
y separación de camposantos se mantuvo hasta la llegada de la Segunda
República, ya que como recuerda el artículo 27 de la Constitución de 1931: Los cementerios estarán sometidos
exclusivamente a la jurisdicción civil. No
podrá haber en ellos separación de recintos por motivos religiosos. De
esta manera, los cementerios católico y civil de Garrucha pasaron a ser uno, ahora
llamado simplemente Cementerio Municipal.
El fin del Patronato vino con
ocasión de la promulgación de la Ley de Secularización de Cementerios de 30 de
enero de 1932, por la que los camposantos administrados por patronatos privados
debían pasar a depender exclusivamente de los Ayuntamientos. Y así se hizo en Garrucha, el
22 de marzo de dicho año, el entonces Presidente del Patronato, D. Pedro
Juaristi, entregó a la Municipalidad toda la documentación relativa a la
necrópolis que poseía la Asociación, cesando así su cometido tan importante
institución local.
No quiero terminar este artículo
sin citar un aspecto curioso. A la vista de lo comentado, los primeros
enterramientos que se realizaron en Garrucha datan de 1848, sin embargo, si se
consultan los libros parroquiales de Garrucha comienzan en 1866. ¿Por qué? La
Iglesia comenzó a construirse en 1861 y no fue hasta 1866 cuando el municipio
fue dotado con un Teniente Cura, D. Gabriel de Haro Garrido, siendo hasta
entonces el párroco de Vera el encargado dar sepultura y, por tanto, los
fallecidos quedaban recogidos en los libros de defunciones de la vecina Vera.
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