Panorámica de Garrucha a principios de siglo XX. Fot: F. de Blain (http://www.portalmanzora.es/a/modules.php?name=coppermine&file=displayimagepopup&pid=6217&fullsize=1) |
A principios del siglo XX, se
estima que el 70% de la población de Garrucha pertenecía al estamento
proletario, mientras que el 30% restante se repartía en una pequeña clase
media y una minoritaria alta burguesía
que se había hecho rica al calor de la minería y el comercio. Mientras estos
últimos vivían en las principales calles de la población, los llamados «pobres» vivían en los barrios altos y
las cimbras abandonadas del Martinete y San Jacinto, donde se hacinaban en
condiciones miserables e insalubres, proclives a padecer todo tipo de
enfermedades. Por ello, cualquier caso de cólera, sarampión, gripe, etcétera,
corría el riesgo de convertirse en una pandemia que asolara a todo el
vecindario, donde miles de personas vivían en una pequeña localidad que se ciñe,
esencialmente, a un compacto y estrecho casco urbano.
Dada la vulnerabilidad epidemiológica
del municipio, el Ayuntamiento de Garrucha,
a través de su Junta de Sanidad y sus competentes médicos municipales,
siempre tuvo mucho celo en evitar o contener cualquier tipo de enfermedad
infecciosa que pudiera suponer un riesgo para la salud pública.
A lo largo del siglo XIX fueron
varios los casos en los que Garrucha eludió, gracias a las medidas sanitarias
tomadas, la llegada o el contagio de graves enfermedades, como por ejemplo la
conocida epidemia de cólera morbo que afectó a otros municipios del levante
almeriense en 1860 o 1885. Sin embargo, a veces, y pese a todos los medios
puestos en juego, se producían epidemias. Tal fue el caso de la famosa gripe española de 1918, que dejó en
Garrucha la terrible cifra de 224 fallecidos, es decir, perecieron 5 de cada
100 habitantes.
En 1929 el municipio se enfrentó a
una nueva calamidad. En abril de ese año se detectaron, en tres casas de
familias desfavorecidas, cuatros casos de tifus exantemático. Rápidamente, el
Ayuntamiento de Garrucha, aconsejado por el Inspector Municipal de Sanidad, don
Trino Torres Giménez, acordonó las viviendas, con guardia permanente, para
evitar que nadie penetrara ni saliera de ellas. Una vez aisladas, y siguiendo
las indicaciones de Torres, se procedió al despiojamiento de los enfermos y sus
familias, se desinfectaron las viviendas e
incluso se hirvieron las ropas de todas las personas que vivían en las casas
afectadas. Asimismo, la Municipalidad solicitó la ayuda de la Brigada de Desinfección del Instituto Provincial de Higiene.
Don Trino Torres, en su calidad
de Médico Inspector Municipal, investigó el posible origen de la enfermedad,
que se había dado en una mujer y tres niños, y determinó que se debía a la
falta de higiene de las viviendas.
En vista de la miseria
de las familias contagiadas, el Ayuntamiento presidido por D. Pedro Juaristi
concedió 3 pesetas diarias a cada una de las viviendas para subvencionar las
necesidades de los enfermos de cada casa, entretanto se hallasen en esa
situación y fueran dados de alta.
Por desgracia, el tifus se
convirtió en epidemia, aunque no tuvo una gran virulencia gracias a las
acciones tomadas por el Consistorio y la Brigada Provincial de Desinfección. El Pósito de Pescadores, previamente desinfectado, se habilitó como
Hospital de Aislamiento, quedando bajo la dirección del Inspector Provincial de Sanidad y el médico titular de Garrucha, y se solicitó a las monjas de Cuevas, en un primer momento, que se hicieran cargo de la
atención de los enfermos en el improvisado Sanatorio de campaña. Asimismo, se asignaron los necesarios mozos desinfectores y enfermeros, todos ellos bajo las órdenes del médico epidemiólogo del Instituto don Juan Antonio Martínez Limones.
Don Trino, con un celo encomiable, instó a Alcaldía a que se visitasen los casinos, fondas, casas de huéspedes, escuelas públicas y barberías con el fin de ver si cumplían las Ordenanzas de Sanidad y para esta misión se compuso una Comisión integrada por el Alcalde, un concejal, el propio don Trino, el Inspector de Carnes y un Maestro Nacional.
Don Trino, con un celo encomiable, instó a Alcaldía a que se visitasen los casinos, fondas, casas de huéspedes, escuelas públicas y barberías con el fin de ver si cumplían las Ordenanzas de Sanidad y para esta misión se compuso una Comisión integrada por el Alcalde, un concejal, el propio don Trino, el Inspector de Carnes y un Maestro Nacional.
Aparte del común despiojamiento y desinfección de ropas y viviendas, el tratamiento general fue a base de urotropina por ingesta, que dio excelentes resultados, pues dos meses más tarde de la
detección de los primeros casos, se dio por extinguida la epidemia de
tifus, que dejó un balance de 27 afectados y un único fallecido, un ciego de 62
años, por lo que puede decirse que las medidas sanitarias tomadas fueron acertadas, ya que apenas hubo merma en el municipio con un
mal que pudo tener unas consecuencias terribles para la población.
Por su heroica e incansable
actuación durante la comentada epidemia, fueron agraciados con la Cruz de la
Beneficencia el Alcalde don Pedro Juaristi Landaida, el Inspector de Sanidad
don Trino Torres Giménez y el médico epidemiólogo Sr. Martínez
Limones, entre otras personas.
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