Cuando recuerdo a mi abuelo,
siempre me viene a la mente aquel bravo anciano octogenario, ciego por unas
cataratas que su época no pudo curarle, que pasaba los últimos años de su vejez sentado en una
silla en casa. Atrás –decía– quedaban ya sus años de gloria y esplendor. De
rostro arrugado con alguna que otra cicatriz de combate en su fatigado cuerpo,
peinaba unos pocos pelos alborotados tan blancos como las perlas, y unas
alicaídas y largas patillas fernandinas que en otro tiempo debieron ser negras
como el azabache y orgullo patrio.
Cuando nadie me veía, me gustaba
entrar en su dormitorio y pasar el tiempo viendo sus viejas insignias militares, ponerme
el roído bicornio y tocar aquel enorme sable que presidía el cabecero de
su cama. Pero eso no era todo, en uno de los cajones de su cuarto guardaba lo
que él siempre llamaba “mis papeles”, un legajo de amarillentos documentos
oficiales firmados por el mismísimo Godoy y por los Reyes Carlos III, Carlos IV
y Fernando VII con la imponente rúbrica Yo
El Rey, ¡Qué impresión me causaba aquello a mi tierna edad!, ¿Cómo podían referirse
a mi abuelo los Reyes? ¿Tan importante había sido? Al menos para mí sí lo era
en aquel momento.
Como todo anciano, mi
abuelo Fernando era un buen cuenta historias y a mí siempre me encantaba
escucharlas. Recuerdo que decía que había nacido en Vera el 1 de enero de 1753
y que su familia, los Ayora, eran cristianos viejos, pues, según narraba con
mucho orgullo, sus antepasados constaban entre los primeros repobladores de la
Vera cristiana tras la Reconquista a finales del siglo XV.
Uniformidad Regimiento Costa de Granada |
Pese a pertenecer a una familia
con ciertas comodidades, pronto sintió que su vida no estaba hecha para ser
hacendado, por lo que sentó plaza como militar de caballería en el Regimiento
Costa de Granada bajo el reinado de Carlos III. Se licenció en 1803, tras 25
años de servicio, y con una gratificación de D. Manuel Godoy, todopoderoso
Valido de Carlos IV, por el buen desempeño de sus funciones.
Unos años antes, en 1777, había
contraído matrimonio en Vera con mi abuela doña Ana Guevara, de cuyo enlace nació mi
señora madre, la irreductible y formidable doña Juana Ayora Guevara.
Corrían tiempos difíciles en España tras la invasión napoleónica en 1808 y, cuando llegaron los
franceses a Almería en 1810, mi abuelo decidió salir a combatirlos, como ya estaba haciendo
en otros puntos del país el heroico pueblo español. Tenía 55 años por aquel
entonces, una edad avanzada para la época, pero ello no fue mella para que se
enfundará en el cinto su vieja pistola de chispa, su faca, cogiese su sable y se presentase en Vera ante el Intendente de
Rentas Reales, D. Manuel de Ibarrola, ofreciéndole sus servicios; éste lo admitió de inmediato, dada su
experiencia militar y la falta de personal que tenía en aquellos duros momentos para la Nación.
Encuadrado en este Instituto Armado, como Dependiente del Resguardo, luchó contra los franceses, socorrió a sus vecinos
y ayudó al avituallamiento del Ejército patriota. También estuvo en contacto con
su yerno, mi señor padre, don Cleofás Berruezo de Aro, que al mando de la partida
de Carboneras combatía incansablemente a los pérfidos soldados de Napoleón.
Terminada la Guerra en 1814,
decidió continuar sirviendo en Rentas hasta que se jubiló en
1830, a la edad de 77 años. En total había servido fiel y lealmente a España 43 años, dos meses y once días, según consta en su expediente profesional. Toda una vida.
Sin lugar a dudas, mi heroico abuelo don Fernando Ayora Mellado fue un español de raza, un hombre valiente comprometido con su país y su gente, que en tiempos de pesar y calamidades para España supo estar siempre a la altura de las circunstancias. Valgan estas humildes y breves líneas como homenaje a tan venerable anciano.
Magníficamente rubricado el artículo con el óleo de Ferrer-Dalmau, pintor catalán que sin complejos atiende en el discurso de sus obras aquellos hechos heroícos que deben enorgullecer a todo español bien nacido.
ResponderEliminarEl presente trabajo denota una devoción hacia los antepasados que hoy día no está de moda, y que sin embargo engrandece a su autor en cuanto al respeto que muestra hacia los orígenes de su honroso apellido. En ese meritorio afán sale bien parada la población de Garrucha y la provincia almeriense, revivida su historia en estas entradas, que refrescarán la memoria de sus mayores así como descubrirán un mundo industrial y afanoso a las nuevas generaciones de este rincón de la Península que ya roza los 9.000 habitantes.
El municipio debe sentirse orgulloso y agradecido.
ENHORABUENA al Autor.
Muchas gracias por el comentario, D. Gonzalo.
ResponderEliminarUn abrazo.