En la parte vieja del cementerio
de Vera, donde hace tiempo dejaron de llevarse flores y los difuntos lucen
polvorientas lápidas olvidadas, descansan buena parte de las personalidades que
en el siglo XIX, en los años dorados de la minería, forjaron la época de mayor
esplendor del levante almeriense.
En una ocasión, paseando por la
zona antigua de nichos del referido camposanto me llamó uno de ellos la
atención, era sencillo, modesto, con signos evidentes de abandono y de estar
olvidado hace mucho tiempo por todos. Todavía conservaba una reja,
completamente oxidada, con un candado de época como garante inmemorial de la
integridad de las personas que custodia. Mi interés fue mayor cuando pude leer
en la polvorienta lápida, un nombre, casi desdibujado, que me resultaba
conocido: Alejandro Kirkpatrick y
Kirkpatrick. Estaba ante la tumba del primer vicecónsul inglés que tuvo
Garrucha como municipio independiente.
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Nicho nº 16, donde se encuentran los restos de Alejandro Kirkpatrick |
Dicen que una persona nunca muere
mientras haya alguien que lo recuerde, por lo que recordemos un poco la
biografía de este singular personaje de la historia de Adra, Vera y Garrucha.
Alejandro Kirkpatrick nació en
Adra (Almería) el 26 de enero de 1829. Era hijo de Tomás Kirkpatrick Stothert, industrial y Vicecónsul británico en Adra, y de Carlota Catalina Kirkpatrick
Grivignée, hija de William Kirkpatrick Wilson, Cónsul de Estados Unidos en
Málaga.
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Thomas Jefferson, Presidente de los EE.UU. |
William Kirkpatrick, como ávido
hombre de negocios, no fue ajeno al despertar minero de Almería, por lo que
fueron frecuentes sus visitas a Adra, donde realizó importantes inversiones mineras
y también se hizo cargo de la representación consular de EE.UU. en dicho puerto
almeriense.
Un hermano de William, Juan Kirkpatrick Wilson, acabaría por asentarse en Adra a principios del siglo XIX,
donde fue vicecónsul del Reino Unido, Cerdeña, Dinamarca y Países Bajos, y se hizo cargo de los cada vez más
desarrollados negocios mineros de la familia. Su hijo Tomás Kirkpatrick
Stothert, oficial que combatió en la Guerra de la Independencia bajo las órdenes del Duque de Wellington, continuaría la labor industrial y diplomática, así como el hijo de
éste, Alejandro Kirkpatrick y Kirkpatrick, nuestro personaje de interés.
Los Kirkpatrick junto con los
hermanos Rein de Málaga levantaron en 1822 la conocida fundición San Andrés en Adra, con la que consiguieron
beneficiar los minerales procedentes de la Sierra de Gádor y exportar grandes
cantidades de plomo. Durante la primera mitad del siglo XIX fue la primera fundición
de plomo de España y una de las más importantes de Europa.
El descubrimiento en 1838 del
filón de plomo argentífero en el Jaroso de Sierra Almagrera volvió los ojos de
la familia Kirkpatrick hacia el levante almeriense, por lo que deseosos de
sacar tajada del rico pastel que se avecinaba, pronto recalaron por la costa
levantina. Así pues, Alejandro Kirkpatrick llegó a Garrucha a principios de la
década de 1850, con motivo de haber sido nombrado Vicecónsul de Su Majestad
Británica en Garrucha el 31 de agosto de 1852 y con la intención de expandir e incrementar los
negocios familiares.
Nuestro biografiado recaló en una
Garrucha que comenzaba a despuntar, donde la economía basada en la pesca y el
reparto de sal iba mezclándose con la naciente industria minera y el cada vez
más importante comercio que empezaba a consolidar y acrecentar. El rápido
progreso social y económico iba convirtiéndola poco a poco en algo más que una
pedanía de Vera, gracias al trabajo de familias como la Berruezo o la Orozco.
Kirkpatrick se construyó casa en
el actual Paseo del Malecón y tuvo por vecinos al destacado comerciante Manuel
Berruezo Ayora y al industrial José María Labernia Cruz. Aquí vivió Alejandro Kirkpatrick
en compañía de su primera esposa Amalia Carmona, con la que regularmente
viajaba a Adra para visitar a la familia, y, posteriormente, tras enviudar, con
su segunda esposa, la rica veratense María del Carmen Giménez Soto, con la que
se había casado en Vera el 31 de julio de 1856. Con ella tuvo cinco hijos:
Carlota, Tomás, Encarnación, Alejandro y Francisco Kirkpatrick Giménez.
Alejandro Kirkpatrick fue testigo
de la constitución de Garrucha como municipio independiente en
1861, por lo que pasaría a la Historia como el primer vicecónsul inglés que
tuvo la naciente villa. Pudo ver como aquella mañana del 1 de enero de 1861 su
vecino y buen amigo, Manuel Berruezo, se convertía en el primer Alcalde del
próspero pueblo.
Sin embargo, la vida de
Kirkpatrick iba a tornar pronto a su fin. De manera inesperada, el vicecónsul cayó
fulminado víctima de un aneurisma el 3 de junio de 1869. Tenía 40 años. Y así,
de esa forma tan rápida e imprevista acabó la vida de este peculiar hombre, que
tuvo relevantes familiares, a destacar: su hermano el Coronel Guillermo Kirkpatrick, Gobernador de Bohol en Filipinas, y su hermana Carlota Kirkpatrick, Condesa de Comminges Guitard, así como sus primas-hermanas Francisca Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, Duquesa de Alba,
y Eugenia Palafox Portocarrero y Kirkpatrick (más conocida como Eugenia de Montijo), Emperatriz de Francia. Sus
albaceas testamentarios, Manuel Berruezo Ayora y José Chasserot Torres, Agente
consular de Francia en Garrucha y Villaricos, darían cumplimiento a sus últimas
voluntades, según lo dispuesto en su testamento de 1864. Tras su muerte, le sucedió al frente del viceconsulado Jorge Clifton Pecket, polifacético hombre de negocios bien conocido en Garrucha.
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Francisca Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, Duquesa consorte de Alba, y Eugenia Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, Emperatriz de Francia, primas de Alejandro Kirkpatrick y Kirkpatrick |
En un nicho hoy olvidado y abandonado de Vera yace este aristocrático prohombre junto a su segunda esposa María del Carmen Giménez Soto (que acabaría contrayendo segundas nupcias en 1877 con el hacendado Juan Cruz Navarro), su hijo Francisco Kirkpatrick Giménez y su nieta Encarnación Riera Kirkpatrick.
En sentido general, sería una
pena que enterramientos de personajes así acabasen por desaparecer con el
tiempo por remodelaciones municipales del cementerio o porque las
tumbas por el paso de los años se terminen por caer a pedazos. Quizás el
Ayuntamiento de Vera, en el caso de que los herederos de estas personalidades sean
desconocidos, pueda hacerse cargo de la custodia y mantenimiento de estos
enterramientos, ya que exigirían poco gasto a las arcas municipales y sería una
hipocresía que personajes referenciados ampliamente en artículos y libros estén
complemente olvidados y descuidados en el cementerio. Sin lugar a dudas, personajes así dan
prestigio a un cementerio, por lo que su pérdida sería un gran error y con la
oportuna publicidad podrían constituirse los camposantos como lugares
turísticos, como en buena parte de Europa, donde se visitan las tumbas de
personalidades de la Historia.
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