En junio de 1900, Don Bernardo Berruezo Gerez marchó de Garrucha a Carboneras a pasar la fiesta de Moros y Cristianos invitado por sus buenos amigos D. José y D. Francisco Fuentes, hermanos de su cuñado D. Simón Fuentes Caparrós. Durante su estancia en dicha localidad disfrutó de unos festejos memorables, como él mismo se encargó de relatar en el artículo titulado MOROS Y CRISTIANOS y que publicó en el periódico El Eco de Levante de Garrucha el 22 de junio de 1900. Sin lugar a dudas este artículo escrito por el célebre periodista garruchero constituye una fuente histórica de primer orden para los estudiosos de las fiestas populares de Carboneras, al narrar como era la citada fiesta de Moros y Cristianos hace más de 100 años:
MOROS Y CRISTIANOS
El que sea guapo que vaya y niegue
en Carboneras que San Antonio de Padua no es el santo más milagroso de todos, y
la efigie que allí se venera la más perfecta en mérito artístico.
San Antonio de Padua de Carboneras |
Galantemente invitado a presenciar la
fiesta cómico-dramático-religiosa, cabalgué en soberbio mulo, y paso tras paso
(del cuadrúpedo por supuesto) me cargué cinco horas, cuarenta minutos y un
regular dolor de tripas, efecto sin duda de una digestión demasiado balanceada.
Quisiera ser poeta para cantar las
bellezas que adornan el camino que divide esta hermosa rada de aquella linda
bahía, y que, aunque abrupto y accidentado, despliega panoramas encantadores,
partos privilegiados de la naturaleza. Bien puede asegurarse que las molestias
que causa el viaje son retribuidas por las gratas impresiones que produce.
Media hora por la orilla del mar, por la misma lengua del agua, cuyas ondas, las suaves ondas del Mediterráneo, besan constantemente los remos de la caballería – ¡qué besos con tan poco atractivo! – permitiendo la contemplación de nuestro extenso e incomparable horizonte, y que desaparece luego al entrar en la obscura bóveda que forman los frutales airosamente plantados a lado y lado del sendero. En tanto se encuentra el viajero cruzando sombría trinchera, desde donde sólo se divisa una estrecha franja del azulado cielo que nos cobija, como se detiene sobre la cúspide de elevado monte, extasiándose su vista con el soberbio panorama que ofrece, a un lado el mar, allá abajo, que con su eterno ritmo hace gratísimo coro a la multitud variada de pajarillos que pían alegremente en los valles fecundos, los verdosos valles de la sin par Sierra Cabrera…
Y ala, ala, pasé por fin la cuesta de
la Torre, la última cuesta desde donde se divisa perfecta y claramente el
caserío de Carboneras. Allí tuve la satisfacción de estrechar algunas manos
amigas, entre las cuales se destacaba por su buen tamaño, y su cuero cabelludo,
la del agradable, simpático y bien conocido Jacinto Cano y Bañon, célebre
excortador de la famosa sastrería madrileña de Moreno, dueño absoluto de la
voluntad de la Hermandad del Santo Patrono de Carboneras y de aquella banda de
música; sastre que hoy en el país viste a los más elegantes y de mejor gusto,
porque sabe lo que se trae entre manos; gran conocedor del mundo;
perfeccionador del Fonógrafo de Edisson, etc., etc., todo lo cual puede creerse
como artículo de fe, porque lo dice él, y él no miente nunca.
A las 7 de la tarde del 12, sale el
“Padre San Antonio bendito” en solemne procesión, y entre las aclamaciones del
público, desde la Iglesia a la plaza del Castillo, donde se hace cargo la
venerada imagen del “General cristiano”, guarneciéndola bajo artístico camarín
construido al efecto con ramajes y flores.
Una bonita y bien ejecutada diana
despertó la madrugada del 13 a todos los que soñábamos con el jaleo que se
preparaba para aquel día; y ya que me refiero por segunda vez a la banda del
pueblo, diré, haciendo honor a la justicia, que aunque deficiente por el número
de músicos que la componen, merece los mayores elogios por la afinación que se
nota en su alegre trabajo.
Cuando el sol deja entrever por el
otro lado del mar sus primeros y encarnados rayos, ya estaba cubierta la
extensa plaza por apiñada multitud, entre la cual se destacaban originalmente
los disfraces de los moros. Bien pronto desaparecieron estos para dar comienzo
a la función, llegando enseguida el general español acompañado de su Ayudante,
ambos sobre briosos corceles, y un pequeño ejército armado de rudos y atroces
trabucos.
Con entusiastas frases arengaba el
caudillo a sus huestes, cuando el Ayudante que hacía poco se separó del
campamento, asomó en descomunal carrera, y haciendo a su superior el natural
saludo, dijo:
Si la vista no me engaña,
veo venir un ginde,
que trae bandera blanca,
tambor y acompañamiento…
Efectivamente, acompañado de dos
fornidos moros y un centinela cristiano; con ambos ojos vendados y cabalgando
sobre un buen caballo imitación a árabe, llegó el emisario musulmán elegante y
ricamente ataviado; y comunicó al Generalísimo español, “que si en término de,
(no sé cuantas horas), no rendía la plaza, entregando la efigie de Antonio, entraría
el ejército Marroquí a sangre y fuego”.
Desembarco moro en la fiesta de Moros y Cristianos de Carboneras en la actualidad |
El cristiano no se arredra ante
aquella amenaza, y aunque guardando las debidas formas reclamadas por la
hidalguía y bandera blanca, signo de paz, despide al moro con cajas
destempladas – y conste que no digo esto a humo de paja, puesto que el tambor
del emisario desafinó a los primeros palillazos –.
Cinco minutos después, comenzó un
nutrido y ruidoso tiroteo, confundiéndose cristianos y moros. Apoderáronse éstos últimos de San Antonio, y persiguiendo a nuestros soldados, les obligaron a
embarcar en dos o tres navíos, librándose en el mar, que en aquel momento
estaba hermoso y apacible, un reñido combate, del que salieron victoriosos los
africanos que bien pronto se apoderaron de la plaza.
He dicho antes, que esta fiesta es
cómico-dramática-religiosa, porque el primer carácter lo dan los dos espías
(moro y cristiano) que con dichos y acciones, chispeantes unas veces y
demasiado subidas de color otras, producen la hilaridad del público. Dramática,
porque durante la pelea hay heridos (aunque figurados por supuesto) entre los
que se encuentra el caudillo español por la mañana y el moro por la tarde; y la
ardiente fe y respeto que inspira el Santo, la veneración de que la generalidad
le hace objeto, demuestra que la religión juega el mejor papel en ella.
Durante todo el día y sin
interrupción, atronaban el espacio y ensordecían a la gran afluencia de gente,
sendos trabucazos y millares de voladores, demostrando así los carboneros, que
tratándose de festejar a San Antonio, les importa un bledo la monopolización y
subida de la pólvora.
Hubo gran misa, a la que no me fue
posible asistir; pero tuve lugar de oír los elogios que se hacían del
predicador, el joven presbítero de Vera D. Nicolás González, quien sin
pretensiones, sabe cumplir su sagrado cometido.
Por la tarde entraron nuevamente en
acción moros y cristianos. Discursos, arengas, amenazas; las mismas escenas de
la mañana, si bien trocados los papeles, y entre muchos aplausos y no pocos
tiros, quedó la victoria por parte de los españoles que rescataron el Santo, y
tras de ser herido el rey moro, se arrepintió de su pasado y profesó nuestra
religión.
Otra procesión, y por la noche,
fuegos artificiales, por cierto muy bonitos y divertidos.
Función gimnasto-acrobática que empezó
por no poder lucir sus habilidades los artistas, que era un matrimonio cruzado
– mulato y blanca – efecto de la aglomeración de la gente, y terminó por un
regular estacazo que un descontento propinó a la pareja – pues la vara era de
buenas dimensiones y alcanzó a los dos cuerpos – ¿Formaría parte el agresor del
ejército moro..?
Las personas que pudieron quedarse en
Carboneras me dicen que en los dos días posteriores al de San Antonio, ha
habido otros varios festejos como regatas, corrida de un toro de fuego, carrera
de cintas y pichones, etc., por lo que bien merecen aplausos las autoridades y
personas que componen la cofradía del Patrono, encargada de la dirección de las
fiestas.
Yo no sé lo que mejor me ha
impresionado durante mi corta permanencia en el pueblo del rico pescado. Si el
atractivo de una fiesta rara y original, o el carácter afable de los carboneros
que se disputaban la vez para agasajarme. A todos, porque todos lo merecen,
envío desde estas columnas un millón de gracias. Todos tienen mi eterno
agradecimiento y las simpatías de EL ECO DE LEVANTE, que tan excelente acogida
les mereció. ¡Quiera Dios que muy pronto podamos comunicarnos más
frecuentamente y cómodamente por medio del ferrocarril de Lorca a Almería, tan
deseado por los dos pueblos hermanos!
Para concluir mis impresiones, debo
poner de manifiesto que he estado suntuosamente hospedado en casa de los
hermanos Fuentes (D. José y D. Francisco); pero respecto a estos bondadosos
amigos, me está prohibido hacer los incomios que justamente merecen. La franca
acogida que me dispensaron, ni siquiera me permitió darles las gracias; pero
allá van ahora siquiera sea en nombre de EL ECO.
La tradicional fiesta de Moros y Cristianos es como otras muchas que se hacen por estos pueblos, con la sola diferencia de que resulta más agradable y entretenida que la mayoría. Yo la considero hasta más culta que algunas que se celebran en poblaciones más grandes, más visitadas y más pretenciosas que Carboneras. Que la gente se atavie con el turbante y la media luna para proporcionar un día de inocente expansión, no tiene nada de particular ni merece las censuras de nadie. Pero mire V. que imitar a Jesucrito, usando vestiduras semejantes a sus vestiduras, y cubriéndose el rostro con una careta, tomada de la imagen del Redentor, para conmemorar grotescamente su pasión y muerte…!
Casa de los Fuentes, Ayuntamiento de Carboneras en la actualidad |
La tradicional fiesta de Moros y Cristianos es como otras muchas que se hacen por estos pueblos, con la sola diferencia de que resulta más agradable y entretenida que la mayoría. Yo la considero hasta más culta que algunas que se celebran en poblaciones más grandes, más visitadas y más pretenciosas que Carboneras. Que la gente se atavie con el turbante y la media luna para proporcionar un día de inocente expansión, no tiene nada de particular ni merece las censuras de nadie. Pero mire V. que imitar a Jesucrito, usando vestiduras semejantes a sus vestiduras, y cubriéndose el rostro con una careta, tomada de la imagen del Redentor, para conmemorar grotescamente su pasión y muerte…!
B. Berruezo.
(El
Eco de Levante, Garrucha, 22 de junio de 1900)
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