Vista del Ayuntamiento de Vera a principios del siglo XX (Archivo de la Diputación) y grabado del Marqués de Salamanca reparado y coloreado con la tecnología de MyHeritage. |
El 9 de junio de 1835 un joven malagueño de 24 años tomaba posesión como Alcalde Mayor interino del Partido Judicial de Vera, en sustitución del jubilado Estanislao Guilarte, cumpliéndose así la Real Orden del Ministerio de Estado y Despacho de Gracia y Justicia de 18 de febrero del mismo año por la que se lo nombraba. Previamente había prestado el debido juramento de su cargo ante la Audiencia Territorial. ¿Su nombre? José de Salamanca y Mayol, quien muchos años después sería agraciado por Isabel II con un título nobiliario por el que pasaría a la memoria colectiva popular, nos referimos al Marqués de Salamanca.
Nuestro personaje era por aquel
entonces un muchacho de ideología liberal que se había formado en Filosofía y
Derecho en el Real Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago de Granada, y que llegaba a Vera después de
haberse desempeñado como Alcalde Mayor de Monóvar (Alicante) desde octubre de
1833 a mayo de 1835, cargo éste que había obtenido gracias a la amistad de su
padre con Cea Bermúdez, Secretario de Estado. En el interregno entre ambas
alcaldías, se casó en Málaga, en la Iglesia de Santiago, con Petronila Livermore
Salas, por lo que fue cuñado del conocido empresario siderúrgico Manuel Agustín
Heredia.
Como Alcalde Mayor José de
Salamanca presidía, bajo la dependencia del Gobernador Civil, el Ayuntamiento de Vera, además de
ser Juez de su Partido, que abarcaba,
aparte de Vera, a Antas, Albox, Arboleas, Bédar, Cantoria, Cuevas,
Huércal-Overa, Lubrín, Mojácar, Turre y Zurgena, con una población de más de
30.000 personas y con una economía basada en la agricultura, la pesca y la
ganadería, principalmente. Posteriormente, sumida España en una época convulsa
de incesantes cambios políticos y legislativos, como consecuencia de la
implantación progresiva del Estado Liberal en la Administración, que reformaría
las instituciones y cargos del Antiguo Régimen, las Alcaldías Mayores desaparecerán
con la separación de poderes y aparecerá la figura del Juez de Primera
Instancia, puesto éste que asumirá Salamanca, siendo el primero en ostentar
dicho empleo en Vera.
Joven preparado y con una valiosa
experiencia adquirida en Monóvar, ejerció la Alcaldía Mayor de Vera con
determinación y entusiasmo. El 18 de junio tomó las primeras medidas en el
desempeño de sus funciones, con aprobación de la Corporación Municipal: la expulsión
de dos empleados del Ayuntamiento y Tribunal de Justicia veratense por «repetidos
motivos de desobediencia y falta de cumplimiento en su deber», así como cesar
al Guarda del Pago de la Jara por abuso de autoridad. Todo un aviso a
navegantes que denota la ética profesional del joven malagueño en aquel
entonces. No obstante, también se mostró Salamanca magnánimo y empático, pues
el 5 de julio la Municipalidad decretó la reposición en sus cargos de los dos
primeros funcionarios cesados ante la petición que hicieron éstos, ya que encontrándose
en una situación económica muy precaria, sin otros medios de subsistencia, reconocieron su error y prometieron comportarse de manera correcta.
Bajo su mandato quiso aliviar y
sanear la Hacienda municipal. Para ello intentó, de acuerdo a la Real Orden de
6 de diciembre de 1834, que los pueblos del Partido contribuyesen de manera
proporcional al pago del sueldo del Alcalde Mayor y que, según la Real Orden de
11 de febrero de 1835, los costes de papel sellado, porte de Correo y franqueo
de causas y demás que se originase en las causas de oficio que correspondan al
Juzgado se satisficieran proporcionalmente por los Propios de cada uno de los Ayuntamientos
que componían el Partido. Gastos que hasta entonces soportaba Vera en
solitario, reduciendo así su capacidad económica para poner acometer otras
cuestiones de mayor utilidad para el vecindario. Asimismo, ordenó la
preparación de expedientes para la enajenación de fincas municipales para
aumentar los ingresos del Ayuntamiento, en concreto: una casa en la calle de la
Aurora; el monte del Espíritu Santo, donde se ubicaba la antigua ciudad; y una
Casa-mesón. También acordó la Corporación bajo su Presidencia medidas
destinadas a recortar el gasto municipal, como la supresión del Abogado de la
ciudad, el Predicador Cuaresmal y la subvención al Convento de Mínimos, así
como rebajar del coste de fiestas del Patrón, Corpus, Candelaria, etc, y
economizar el coste de papel sellado, Correos, etc. Igualmente, Salamanca
ordenó expedir los carteles de apremio contra los deudores al fondo de Contribuciones
del Ayuntamiento y, al no surtir efecto, el 15 de julio la Corporación acordó
que dos Regidores y el Secretario Municipal, auxiliados por uno o dos
alguaciles del Juzgado, fueran en busca de los morosos y si no pagaban en ese
momento, se procedería al embargo y venta de los bienes hasta que se lograse el
cobro completo de las cantidades adeudadas.
Con la Primera Guerra Carlista ya
iniciada, el 5 de julio, a instancia del Comandante General de la Provincia, Salamanca
organizó la Milicia Urbana de Vera e hizo efectivos los nombramientos que la
citada autoridad provincial le notificaba para oficiales de la 2ª Compañía de
la citada Milicia: Capitán: Antonio de Torres Aguirre; Teniente: Francisco de
Paula Ballesteros; Primer Subteniente: Miguel González Giménez; y Segundo
Subteniente: José Latorre Campoy.
El 30 de julio la Municipalidad
bajo su Presidencia resolvió un problema que afectaba a un bien de consumo
básico para la población. La venta de carne en Vera estaba agravada con un
impuesto por la Administración de Rentas de la ciudad, no permitiendo ésta que se
expendiese en ningún otro sitio ni local más que en la "Tabla municipal", y a ciertas horas. Todo ello originaba problemas de abastecimiento al vecindario, por lo que el Ayuntamiento acordó que todo el quisiera
podía sacrificar ganado y vender carnes en la ciudad, y sitios públicos, con la sola
obligación de ir a matar al lugar destinado para ello en Vera y de dar
conocimiento al fiel requisidor del Ayuntamiento, para que examinase su calidad y
condición, y a la Administración de Rentas para el pago de los derechos que
correspondiesen.
Firma de José de Salamanca como Alcalde Mayor de Vera. (Libros capitulares, Archivo Municipal de Vera) |
Dos semanas más tarde, el 13 de
agosto de 1835 se celebró un Pleno importante en Vera y en el que Salamanca dio
señas de la vocación constructiva, ilustrada y emprendedora que tanto lo
caracterizaría años más tarde. Así pues, dicho día y a instancia previa del
Gobernador, el Consistorio veratense aprobó una serie de medidas destinadas a
mejorar el municipio en varios aspectos. Entre ellas podemos citar:
- Se acordó formar expediente para traer agua de la Fuente del Cabezo del Moro hasta Vera y establecer en ésta tres fuentes que surtieran al vecindario del agua potable que se carecía, y con la sobrante y la de la fuente chica del pueblo se destinase a regar las tierras. Para ello se celebraría Cabildo Abierto, invitando a los principales hacendados de la villa a que hagan de sí esta beneficiosa obra pública y en el caso de no quererla realizar, se sacase a pública subasta. Además se tendría en cuenta el antiguo expediente que al respecto se había formado en 1791 para el mismo propósito, cuyos planos levantó el ingeniero Diego Parra García.
- El Alcalde, José de Salamanca, hizo suyo la mejora del ornato de Vera con la plantación de álamos y creación de un vivero en el paseo de la ciudad, así como el blanqueo de las casas.
- La "composición" de un camino de carretas con la población de Garrucha, a cargo de los vecinos, y que anualmente se hagan trabajos de mantenimiento.
- Desagüe y desecado de la “Laguna de la Espesura” porque la misma perjudicaba mucho a la salud pública.
- Sobre la dotación de la Escuela de Primeras Letras para que tuvieran maestros aptos competentemente dotados.
- Que se restableciese la Sociedad Patriótica de Amigos del País, que tanta ilustración había dado a aquella comarca en el siglo anterior.
A lo largo de aquel verano de 1835, la actitud dubitativa y la falta de determinación de la Reina María Cristina colmó la paciencia de los liberales más exaltados. Consecuencia de ello se produjeron una serie de pronunciamientos en Andalucía con el fin de que el Gobierno restableciese la Constitución de 1812. El 3 de septiembre tuvo lugar el levantamiento en Almería, abandonando sus cargos el Gobernador Civil y el Comandante General de la Provincia. Esta ausencia de autoridades fue solventada por la erigida Junta Superior de Gobierno de Almería, constituida en confederación con las de Granada, Málaga y Jaén, nombrando para Gobernador, en nombre de la Reina Isabel II, al Coronel Rafael de Medina Moreno y para el cargo de Intendente a José Bordiu Góngora. La Junta confederada ordenó alistamiento general para oponerse en armas tanto a los contrarios al pronunciamiento como al Pretendiente carlista. El 20 de septiembre tuvo lugar una reunión en Almería a la que debían acudir dos representantes de cada Partido Judicial para el nombramiento de los vocales que habían de componer la Junta Gubernativa Provincial. El Consistorio veratense designó el 17 del citado mes para tal cometido a su Alcalde Mayor, José de Salamanca Mayol, considerado como «digno patriota y amante de la causa de la libertad» y a Ramón Orozco Gerez, Capitán de la Milicia Nacional.
Asimismo, dicho día 20 la Junta
Provincial eligió dos vocales que asistirían, en nombre de la Provincia, a la
Junta Suprema de Andalucía, establecida en Andújar (Jaén). Los elegidos para
ello fueron José de Salamanca y José Tovar. En ausencia de Salamanca, la Junta
de Gobierno de Almería nombró a Ramón Orozco, el 22 de septiembre de 1835, Regente
de la jurisdicción de Vera y su Partido y Presidente del Ayuntamiento.
Ante la rebelión en el Sur, el
Gobierno de Madrid mandó al ejército a sofocar la insurrección. La Junta de
Andalucía movilizó un ejército de 16.000 hombres, al mando de Luis Pizarro,
Conde consorte de las Navas, para hacer frente a los gubernamentales. Cuando se
encontraron ambas fuerzas en las inmediaciones de Manzanares y, para sorpresa
de más de uno, el ejército del Gobierno se pasó al de la Junta. Finalmente, el
Conde de las Navas inició negociaciones el 9 de octubre con el Gobierno de
Mendizábal, que asumió una serie de medidas solicitadas por las Juntas
revolucionarias andaluzas, y diez días más tarde la Junta Suprema de Andalucía
se disolvió, estando entre los firmantes del acta José de Salamanca, aunque se
obligaba a perseguir a los carlistas.
Tras esto los representantes de
la disuelta Junta Suprema retornaron a sus provincias y prueba de ello es que
el 1 de noviembre de 1835 el Pleno del Ayuntamiento de Vera nombró a José de
Salamanca, ya constando como Juez de Primera Instancia, junto al Alcalde
Presidente Ramón Orozco y otros para una comisión constituida para recaudar
dinero con el que ayudar a terminar con la guerra civil que tanto sufrimiento
estaba causando. En este sentido, José de Salamanca hizo un «donativo patriótico» de 200 reales y que tenía ofrecido la mitad de su
sueldo mientras durase aquella circunstancia bélica.
El 11 de septiembre de 1836 fue designado
por el Jefe Político de la Provincia, junto a Ramón Orozco y otros, adjunto a
la Diputación para constituir una Comisión de Armamento y Defensa, seguramente
ante las correrías en tierras de Granada y Murcia de la columna del General
carlista Miguel Gómez. Incluso consta que participó en una de las incursiones
militares contra el citado General. También formó parte de la Comisión de
Gobierno que se constituyó al día siguiente, ejerciendo como Diputado
provincial presumiblemente hasta el día 29 del mismo mes, ya que a partir de
dicha fecha su nombre no aparece más en las sesiones plenarias de la
Diputación.
No tardaría mucho el dinámico
Salamanca en querer proyectarse hacia la política nacional. Así pues, en las
Elecciones de Procuradores a Cortes de 26 de febrero de 1836 obtuvo el acta por
la circunscripción de Almería, aunque renunció al cargo, seguramente por
desavenencias políticas. El 13 de julio del mismo año fue elegido Diputado por
la misma circunscripción, aunque las Cortes nunca llegaron a reunirse al
producirse en agosto el motín de la Granja de San Ildefonso. Finalmente su
oportunidad le llegó a raíz de las Elecciones Generales de 2 de octubre de
1836, pues en julio de 1837, siendo Diputado suplente, fue llamado para
sustituir a Pedro José Carazo, que había renunciado a su acta por la
circunscripción de Málaga. A partir de entonces José de Salamanca sería elegido
Diputado a Cortes en 14 ocasiones más, además de ser Senador otros tantos años.
En 1837 se trasladó a vivir a
Madrid para asumir su nueva responsabilidad, atrás quedaban ya sus años en
Almería y comenzaba la forja del magnate de los negocios que llegó a ser, su
faceta más conocida y estudiada, por lo que sólo comentaremos unas breves
pinceladas.
En la capital del Reino adquirió
fama de hábil financiero y empresario, forjándose como la mayor fortuna del
país gracias a su valía como hombre de negocios y sus contactos en las altas
esferas del poder. Se hizo con el arriendo del monopolio
de la sal. Su buena gestión en dicho negocio lo hizo multimillonario,
además de multiplicar casi un 70% los ingresos que percibía por este género el
Estado. Precisamente su antiguo compañero en la Junta Suprema de Andalucía,
José Tovar, fue nombrado su representante en Almería en la explotación de las
salinas y la empresa de guardacostas. Asimismo, negoció con éxito el aplazamiento
de una deuda nacional con la bolsa de Londres en 1841; fue agente de bolsa del
Duque de Riánsares (esposo morganático de la Reina Madre María Cristina) y del
General Nárvaez; instó la creación en 1844 y 1846 de los Bancos de Isabel II y
de Cádiz; fue Ministro de Hacienda unos meses en 1847, aunque fue destituido cuando
una comisión parlamentaria decidió investigar presuntas irregularidades en su
Ministerio; por vaivenes políticos de la España de la época, pasó temporadas en
el exilio; apostó por la construcción de ferrocarriles, levantando en 1851 la
línea de Madrid-Aranjuez, aunque la crisis económica de 1866, que afectó
gravemente al sector ferroviario, le originó importantes pérdidas en sus
finanzas, al punto de tener que vender parte de su gran colección de pinturas
para obtener liquidez. Invirtió con resultados dispares en otros proyectos así
como en múltiples tipos de negocios, aunque será recordado por una de sus
inversiones inmobiliarias más emblemáticas, el ensanche de Madrid, la construcción
del Barrio de Salamanca, que le llevó a la ruina económica. Paradojas del
destino, hoy está considerado la milla de oro de Madrid. Isabel II le concedió el
título de Marqués de Salamanca así como el de Conde de los Llanos en 1866. Finalmente,
quien fuera el hombre más rico de España, murió endeudado en su Palacio de
Vista Alegre de Madrid el 21 de enero de 1883, a la edad de 71 años. Como dijo
una nota de prensa a su fallecimiento: No conocía más fuente de riqueza que el
trabajo y en los últimos años repetía a sus amigos una frase que era todo un
programa: «En cualquier parte donde se escarbe con fe, decía, hay un tesoro» (La Opinión, Palma de Mallorca, 26/1/1883, p.1).
Estatua del Marqués de Salamanca en el barrio de su mismo nombre, Madrid. |
Para concluir este artículo
transcribiremos la crónica de su entierro publicada en periódico madrileño El
Debate:
Entierro del Marqués de Salamanca
Desde
las primeras horas de la mañana de ayer se estuvieron diciendo misas en la
capilla del palacio de Vista-Alegre. A las diez se rezó una más solemne, que
oyeron desde las tribunas muchas señoras que habían ido a acompañar a la señorita
de Salamanca.
Mientras
tanto, llegaban a la quinta los carruajes que conducían a los que iban al
entierro. La señorita de Salamanca, y su hermano D. Fernando recibían en el
salón azul, acompañados de sus parientes D. Fernando y D. José Heredia, y de D.
Alejandro Llorente, como testamentario.
Terminada
la misa, fue cerrado el féretro, y en hombros de los empleados de la casa fue
conducido al carro fúnebre, tirado por seis caballos con gualdrapas y penachos
negros.
La
presidencia del duelo la constituyeron el señor marqués de Alcañices, en
representación de S.M. el rey; el señor marqués de Sardoal, vicepresidente del
Congreso; el conde de Zaldívar y el general Mondoza, como parientes del finado,
y D. Alejandro Llorente como testamentario.
Sobre
el ataúd de zinc con molduras doradas, iban cinco coronas. Una de siemprevivas,
costeada por los vecinos de Carabanchel, que han reunido el dinero en una
suscripción.
Un
pobre que pedía limosna dio para esta suscripción doce cuartos que había
recogido.
–
Cuando fui joven, decía, me dio el señor marqués trabajo, después me ha
socorrido muchas veces; hoy le doy todo lo que tengo.
Otras
cuatro coronas de laurel eran de los dependientes y operarios de la casa.
El
carro fúnebre atravesó la posesión para salir por la puerta de honor, y era un
espectáculo imponente el que representaba aquel cortejo, pasando a lo largo de
las alamedas, y hollando las hojas secas que dejó el otoño en aquellas calles,
tantas veces pisadas por la juventud y la alegría en los días risueños de la
primavera.
Las
artísticas verjas de la posesión, coronadas con el escudo de la casa, se
abrieron de par en par para dar paso al cadáver de su dueño; el sol lucía con
todo su esplendor, y la comitiva se extendió por la carretera.
El
clero de Carabanchel, con cruz alzada, acompañó hasta el término de la
jurisdicción; el Ayuntamiento y el pueblo que esperaban fuera de la posesión,
siguieron hasta el cementerio.
A
los dos lados del carro fúnebre iban doce porteros del Congreso con hachas
encendidas, y formaban una larga fila unos doscientos carruajes, en los que
iban los duques de Fernán-Núñez, Tamames, Victoria, Prim, La Torre; marqueses de
Caracena, de la Mina, Castell-Moncayo, Ahumada y otros; condes de Goyeneche,
Guaqui, una comisión del Congreso en la que iban los Sres. Carvajal y Ochando,
otra del Ayuntamiento, formada por los Sres. Laá, Párraga y Fernández; comisión
del Banco Hipotecario, Crédito Moviliario, Colegio de agentes de Bolsa, del
Consejo de los ferrocarriles de Madrid, Zaragoza y Alicante.
El
ministro de Ultramar, el gobernador de Madrid y los Sres. Albareda, Pavía,
Riaño, Rodríguez Correa, general Terreros, Ríos, Gayangos, Calvo (D. Manuel),
Argaiz, Urquijo, Sánchez Bustillos, La Iglesia, Lamartiniere, Bauer, Rolland,
Bru, Aldama, Camaron, Carcer, Aguilera, Angolotti, Girona, Peralta, Llanos,
Gándara, Cayo del Rey, Aranaz, Rojo Arias, Cabezas, Galay, Oteiza Silvela (D.
Francisco), Larios, Aldecoa, Udaeta, Navarro Benavente, Torneros, López
Guijarro, Martínez (D. Wenceslao), Santa María, Ayuso, Sánchez Blanco, Sánchez
Pescador, Moret, Baldrich Palacio (don Manuel), brigadier Oviedo, Gutiérrez
Abascal y otros muchos.
En
la capilla de San Isidro se rezó un responso, y en el atrio del cementerio fue
descubierto por última vez el féretro, y por última también dio la luz en la
robusta que encerró en vida tantos pensamientos.
Poco
después, el féretro era bajado a la sepultura, el sacerdote echó sobre el ataúd
en la primera paletada de tierra, y bien pronto quedó cubierta la fosa del
personaje que ha llenado con su nombre la mitad de un siglo.
(El Debate, Madrid, 24/1/1883)
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