Todo aquel que haya paseado por
los cerros y ramblas circundantes al casco urbano de Garrucha se habrá
percatado de la existencia de pozos, pequeñas canteras y ruinas de edificios
que denotan una olvidada actividad minera.
La adjudicación y deslinde de su
término municipal en 1994 ha permitido a Garrucha tener en su jurisdicción antiguas
minas que hasta entonces se repartían Vera y Mojácar, por lo que hoy en día se
puede hablar de que el municipio posee un coto minero, que puede erigirse en un
atractivo turístico más con el fomento de rutas senderistas, colocación de
cartelas explicativas, reconstrucción del horno de calcinación de la mina
«Melilla» y su uso como mirador, etc. Aunque la existencia de estos vestigios
mineros son conocidos por algunos, la historia que se esconde detrás de ellos
es totalmente desconocida. Por ello, y con el afán de poner en valor esta parte
del pasado industrial de la villa, estamos recuperando, aunando trabajo de
campo y de archivo, los nombres de las minas, sus propietarios y su discurrir
histórico desde mediados del siglo XIX.
Hasta este momento se tiene
constancia de más de 45 registros mineros a lo largo de más de un siglo de
actividad y aunque no todas las minas se demarcaron, sí denota el interés que
despertó el coto garruchero. La mayoría de las minas eran de hierro, aunque
también las hubo de plomo, siendo las de este último metal los denuncios más
antiguos que tenemos noticia y donde seguramente esté el origen de la minería
garruchera en el siglo XIX, encuadrado dentro del boom de la minería del plomo
de Almagrera. A este respecto, las minas más remotas que hemos localizado son
las plúmbicas de nombre «Iglesia» y «Mercurio», registradas por el industrial
Manuel Berruezo Ayora (primer Alcalde de Garrucha en 1861) en el pago de la
Atalaya en 1850.
Trancada de acceso en la mina Felicidad y Unión (posterior mina Melilla). |
El destino de la producción
minera de estas minas seguramente siguió el mismo camino de exportación a
Inglaterra y Francia que seguían el de las otras minas ferruginosas explotadas
en la costa levantina. También planteamos la hipótesis factible de que la
fundición de hierro de Ramón Orozco se nutriera principalmente de estas minas
garrucheras cercanas a su fábrica, ya que justificaría la instalación y
viabilidad de un alto horno, y sin lugar a dudas era más rentable que traer el
mineral de lugares más lejanos como Bédar o Cabrera.
La demanda internacional del
«mineral de La Garrucha», así como el establecimiento de la ferrería San Ramón,
provocaron un gran incremento de la actividad extractiva en esos años, llegando
a situarse la producción almeriense como la segunda más importante de España.
Sin embargo, el cierre de la fundición de Orozco en 1864 y de otras siderurgias
europeas como la de Bestouan, en Cassis, o la de Marsella-Saint Louis que
importaban el hierro levantino, provocaron una merma importante de la actividad
en el coto minero de Garrucha a partir de 1865.
Plano de la mina La Gran Vía (1889), ubicada en el cerro del Calvario de Garrucha. Propiedad de Francisco Berruezo López. (AHPA, Signatura 16721: 14495) |
El último denuncio minero que tenemos
constancia efectuado en el coto de Garrucha es el de la mina «Mi Esperanza»,
que lindaba con «Melilla», en el pago de la Atalaya, y que fue realizado por Heliodoro
Delgado Hernández en 1956. Por tanto, el interés en las minas garrucheras se
prolongó durante más de 100 años; una interesante y desconocida historia que continuamos
investigando.
Nota: Artículo elaborado por José Berruezo García y Juan Antonio Soler Jódar.